Todavía mantenía el toque de precisión por el que se
había distinguido siempre. No bien se interrumpió el contacto entre
la punta de sus dedos y la esfera sintió la sensación que el
proyectil iba en la dirección adecuada y a la velocidad pretendida.
Ese era un gran tiro, un tiro de campeonato.
Ramón había enfrentado así su vida, cargado de convicción,
rodeado del aura que envuelve a los ganadores, a los hechos para
triunfar, y hoy, avanzado en su vida, la mantenía.
La dura bocha suspendida en el tiempo giraba en sentido opuesto a la dirección hacia la que avanzaba, pero lento, muy lento, iba casi
quieta en el aire hacia el destino que tenía marcado, el que Ramón
le había dado con ese sutil efecto que tenía casi como una marca
registrada y el impacto se daba por descontado. Los puntos en casa y
a festejar esa nueva copa en la vitrina de La Conciencia Bochas Club.
Mientras disfrutaba su momento de gloria Ramón recordaba lo bien que
lo había hecho siempre, y no solo esto de las bochas, que era solo
un entretenimiento. No, él era un triunfador de verdad. Solo faltó
que la suerte lo ayudara un poco, pensó, mientras veía como el
esférico seguía su marcha todavía ascendente, aún sin llegar a la
mitad del trayecto.
No puede decirse que había nacido en cuna de oro, pero la situación
de la familia no había sido nada mala. El negocio familiar proveía
de todo lo necesario para la vida y hasta para darse unos cuantos
gustos cuando se requería. Lo habían pasado mal en los 80 con "la
tablita", cuando debieron afrontar las secuelas del crédito que
habían tomado para ampliar el local y de paso hacer el mantenimiento
en el apartamento en Pocitos que habían comprado cuando su hermano
se fue a estudiar Medicina.
Imagen original Paralelo 32. |
La rayada alcanzaba el cenit de su trayecto y seguía tal como Ramón
había previsto, cortando el aire hacia el impacto ganador.
Luego de aquellos años la cosa se hizo bastante cuesta arriba. Los
problemas financieros habían dejado secuelas en la salud de su padre
y su madre había agravado su alcoholismo y su dependencia al juego
al extremo de complicar las cuentas del establecimiento, cuya caja
sufría demasiados embates, entre lo que se necesitaba para honrar la
deuda, los medicamentos y el whisky, que además era de los
importados. Su hermano prosiguió sus estudios a pesar de las
dificultades, a pesar que tuvo que buscarse una pensión y alquilar
el apartamento para poder mantenerse en carrera.
Ramón comenzó entonces a refugiarse en otras cosas que le
distraían la mente, cosas que disfrutaba realmente, como este tiro
que ya iba cuesta abajo hacia el deseado choque que valía más que
un trofeo, que valía el reconocimiento de su entorno.
En los años '90 la cosa parecía bien perfilada, el consumo parecía
despertarse y con él volvió el entusiasmo. El boliche tuvo un par
de años de auge en el barrio y hasta se pensó en cambiar aquel
Chevette que habían comprado cero kilómetro en la época de oro.
Al principio los otros dos almacenes que abrieron a menos de una
cuadra parecían no afectar, ni los viejos clientes que hoy pasaban
con las bolsitas del súper, hasta que vino el contrabando, la
jubilación, que no alcanzaba para dejar de abrir cada mañana y la
enfermedad. Todo se vino abajo de nuevo a comienzos de los 2000.
El impacto sonó apagado contra el piso. Pestaneó y la bola apenas rodaba. No le había
pegado a nada.
Original publicado en el suplemento Quinto Día de diario El Telégrafo. Autor: Marco Rivero.
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