viernes, 24 de noviembre de 2017

El tiro final


Todavía mantenía el toque de precisión por el que se había distinguido siempre. No bien se interrumpió el contacto entre la punta de sus dedos y la esfera sintió la sensación que el proyectil iba en la dirección adecuada y a la velocidad pretendida. Ese era un gran tiro, un tiro de campeonato.
Ramón había enfrentado así su vida, cargado de convicción, rodeado del aura que envuelve a los ganadores, a los hechos para triunfar, y hoy, avanzado en su vida, la mantenía.
La dura bocha suspendida en el tiempo giraba en sentido opuesto a la dirección hacia la que avanzaba, pero lento, muy lento, iba casi quieta en el aire hacia el destino que tenía marcado, el que Ramón le había dado con ese sutil efecto que tenía casi como una marca registrada y el impacto se daba por descontado. Los puntos en casa y a festejar esa nueva copa en la vitrina de La Conciencia Bochas Club.
Mientras disfrutaba su momento de gloria Ramón recordaba lo bien que lo había hecho siempre, y no solo esto de las bochas, que era solo un entretenimiento. No, él era un triunfador de verdad. Solo faltó que la suerte lo ayudara un poco, pensó, mientras veía como el esférico seguía su marcha todavía ascendente, aún sin llegar a la mitad del trayecto.
No puede decirse que había nacido en cuna de oro, pero la situación de la familia no había sido nada mala. El negocio familiar proveía de todo lo necesario para la vida y hasta para darse unos cuantos gustos cuando se requería. Lo habían pasado mal en los 80 con "la tablita", cuando debieron afrontar las secuelas del crédito que habían tomado para ampliar el local y de paso hacer el mantenimiento en el apartamento en Pocitos que habían comprado cuando su hermano se fue a estudiar Medicina.

Imagen original Paralelo 32.
   Todavía a veces se preguntaba por qué él no había seguido sus pasos, si tenía todo para hacerlo, hasta tenía facilidad para los libros. Pero no, alguien tenía que hacerse cargo del negocio y fue él.
La rayada alcanzaba el cenit de su trayecto y seguía tal como Ramón había previsto, cortando el aire hacia el impacto ganador.
Luego de aquellos años la cosa se hizo bastante cuesta arriba. Los problemas financieros habían dejado secuelas en la salud de su padre y su madre había agravado su alcoholismo y su dependencia al juego al extremo de complicar las cuentas del establecimiento, cuya caja sufría demasiados embates, entre lo que se necesitaba para honrar la deuda, los medicamentos y el whisky, que además era de los importados. Su hermano prosiguió sus estudios a pesar de las dificultades, a pesar que tuvo que buscarse una pensión y alquilar el apartamento para poder mantenerse en carrera.
Ramón comenzó entonces a refugiarse en otras cosas que le distraían la mente, cosas que disfrutaba realmente, como este tiro que ya iba cuesta abajo hacia el deseado choque que valía más que un trofeo, que valía el reconocimiento de su entorno.
En los años '90 la cosa parecía bien perfilada, el consumo parecía despertarse y con él volvió el entusiasmo. El boliche tuvo un par de años de auge en el barrio y hasta se pensó en cambiar aquel Chevette que habían comprado cero kilómetro en la época de oro.
Al principio los otros dos almacenes que abrieron a menos de una cuadra parecían no afectar, ni los viejos clientes que hoy pasaban con las bolsitas del súper, hasta que vino el contrabando, la jubilación, que no alcanzaba para dejar de abrir cada mañana y la enfermedad. Todo se vino abajo de nuevo a comienzos de los 2000.
El impacto sonó apagado contra el piso. Pestaneó y la bola apenas rodaba. No le había pegado a nada. 

Original publicado en el suplemento Quinto Día de diario El Telégrafo. Autor: Marco Rivero.

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