El 158 iba con mucho menos gente de lo habitual, o sería que lo tomé
más temprano que de costumbre, tal vez. El domingo por la mañana
esos ómnibus que salen del centro suelen llevar entre el pasaje
algún que otro cuerpo destruido por el consumo de la noche anterior.
Uno mismo a veces no escapaba a esa lógica, cabe reconocer, y de ahí
que los recuerdos a veces no resulten la fuente más confiable.
Me senté sin prestar mucha atención en los asientos de alrededor y
recién algunas paradas más adelante tomé cuenta de la presencia
del pequeño niño que viajaba solo en uno de los lugares reservados
para embarazadas, frente al sitio destinado al desaparecido guarda.
Cabizbajo, de pelo bien cortito y claro, aquel gurí llevaba en su
manos un objeto que cautivaba plenamente su atención. Evidentemente
conocía el recorrido y tenía muy claro donde bajarse, porque no
evidenciaba ningún tipo de preocupación en el paisaje que permitía
la ventanilla de enfrente.
No sé a qué altura de Fernández Crespo, en una de esas cortadas
donde asoma la feria de Tristán Narvaja, estoy casi seguro, subió
un hombre flaco y alto, el gesto con la cédula al conductor
evidenció su condición de pasivo. Cuando se puso de frente al
pasillo demostró una inusitada elegancia para la hora, a pesar de la
humildad de aquel traje negro de finas líneas verticales doradas,
con sombrero tanguero haciendo juego, que dentro del coche mantuvo
alejado de la engominada y canosa cabellera. El fino bigote,
amarillento por el tabaco, apenas se movió en gesto de saludo
general y despojado de cualquier tipo de compromiso de devolución,
de todos modos cabeceé, retribuyendo, desde atrás de mis gruesos
lentes de sol.
El veterano se ubicó justo frente al niño y durante algunas cuadras
lo observó atentamente, más específicamente no podía retirar la
vista del extraño objeto de las manos del chiquilín.
- ¿Vos sabés qué es eso que tenés en la mano? ¿Quién te lo dio?
- Me lo regaló la abuela, no sé qué es.
- Prestámelo que te cuento.
Se levantó y le alcanzó al hombre mayor aquella trenza de tiento
con una piedra, que me pareció celeste, labrada en uno de sus
extremos.
- Si, justo lo que me pareció. Esto es una reliquia, es muy
poderosa. ¿Querés que te haga un cuento de algo que me pasó con
una igual a esta?
Entre erizado e incrédulo el niño asintió.
- Yo trabaja en la arrocera Miní, en la laguna Merín, ¿ubicás?, y
habíamos ido con un compañero a buscar un repuesto de cosechadora
que nos habían mandado a Charqueada por empresa Puentes, en aquellos
años la ruta 17 era un desastre y las cosas demoraban en llegar, te
estoy hablando de los años 60.
Para llegar a Charqueada había que cruzar el arroyo Parado en la
balsa del Peludo. Íbamos en un camioncito Chevrolet del año 55 que
era lo único que servía para andar en aquellos barriales. Me
acuerdo que con nosotros subió a la balsa un auto Ford de lujo, que
era de un brasilero que era socio en uno de los arrozales. La mujer
más linda que ví en mi vida, la mujer de ese brasilero, iba en el
auto con él y no se bajó para cruzar en la balsa. El arroyo estaba
crecido y el balsero nos comentó que capaz que era la última pasada
que hacía, así que íbamos a tener que quedarnos en Charqueada
hasta que bajara un poco la creciente. A mitad del arroyo aquel mundo
de agua hacía mucha fuerza en la linga de la balsa y con todo el
peso de los dos vehículos se veía que no iba a aguantar, y reventó
nomás. El chicotazo de la linga lo agarró al brasilero en el medio
del pecho y lo partió en 2, al balsero no lo ví y mi compañero se
hundió con el camioncito en el Parado, yo que tenía cerca de 20
años me tiré atrás del auto, a ver si podía rescatar a la
brasilera, me zambullí y a pesar de la mugre del agua la alcancé a
ver, pero no pude sacarla de adentro del auto por la ventana. La
mujer estiró la mano, donde tenía apretada la reliquia y me la dio.
Ahí empecé a sentir algo que le cinchaba de arriba y cuando llegué
a la superficie me enderecé y pude salir caminando sobre la
creciente.
El niño miraba con la boca abierta.
- Así que cuidá bien esto, que te puede salvar la vida.
El hombre se bajó en la parada siguiente y no sé si fue la niebla o
que me sugestionó el relato, pero para mí que se alejó flotando,
como a 15 centímetros del piso.
* Publicado en suplemento Quinto Día de diario El Telégrafo -
* Publicado en suplemento Quinto Día de diario El Telégrafo -
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