sábado, 7 de octubre de 2017

La reliquia brasilera


El 158 iba con mucho menos gente de lo habitual, o sería que lo tomé más temprano que de costumbre, tal vez. El domingo por la mañana esos ómnibus que salen del centro suelen llevar entre el pasaje algún que otro cuerpo destruido por el consumo de la noche anterior. Uno mismo a veces no escapaba a esa lógica, cabe reconocer, y de ahí que los recuerdos a veces no resulten la fuente más confiable.
Me senté sin prestar mucha atención en los asientos de alrededor y recién algunas paradas más adelante tomé cuenta de la presencia del pequeño niño que viajaba solo en uno de los lugares reservados para embarazadas, frente al sitio destinado al desaparecido guarda. Cabizbajo, de pelo bien cortito y claro, aquel gurí llevaba en su manos un objeto que cautivaba plenamente su atención. Evidentemente conocía el recorrido y tenía muy claro donde bajarse, porque no evidenciaba ningún tipo de preocupación en el paisaje que permitía la ventanilla de enfrente.
No sé a qué altura de Fernández Crespo, en una de esas cortadas donde asoma la feria de Tristán Narvaja, estoy casi seguro, subió un hombre flaco y alto, el gesto con la cédula al conductor evidenció su condición de pasivo. Cuando se puso de frente al pasillo demostró una inusitada elegancia para la hora, a pesar de la humildad de aquel traje negro de finas líneas verticales doradas, con sombrero tanguero haciendo juego, que dentro del coche mantuvo alejado de la engominada y canosa cabellera. El fino bigote, amarillento por el tabaco, apenas se movió en gesto de saludo general y despojado de cualquier tipo de compromiso de devolución, de todos modos cabeceé, retribuyendo, desde atrás de mis gruesos lentes de sol.
El veterano se ubicó justo frente al niño y durante algunas cuadras lo observó atentamente, más específicamente no podía retirar la vista del extraño objeto de las manos del chiquilín.
- ¿Vos sabés qué es eso que tenés en la mano? ¿Quién te lo dio?
- Me lo regaló la abuela, no sé qué es.
- Prestámelo que te cuento.
Se levantó y le alcanzó al hombre mayor aquella trenza de tiento con una piedra, que me pareció celeste, labrada en uno de sus extremos.
- Si, justo lo que me pareció. Esto es una reliquia, es muy poderosa. ¿Querés que te haga un cuento de algo que me pasó con una igual a esta?
Entre erizado e incrédulo el niño asintió.
- Yo trabaja en la arrocera Miní, en la laguna Merín, ¿ubicás?, y habíamos ido con un compañero a buscar un repuesto de cosechadora que nos habían mandado a Charqueada por empresa Puentes, en aquellos años la ruta 17 era un desastre y las cosas demoraban en llegar, te estoy hablando de los años 60.




Para llegar a Charqueada había que cruzar el arroyo Parado en la balsa del Peludo. Íbamos en un camioncito Chevrolet del año 55 que era lo único que servía para andar en aquellos barriales. Me acuerdo que con nosotros subió a la balsa un auto Ford de lujo, que era de un brasilero que era socio en uno de los arrozales. La mujer más linda que ví en mi vida, la mujer de ese brasilero, iba en el auto con él y no se bajó para cruzar en la balsa. El arroyo estaba crecido y el balsero nos comentó que capaz que era la última pasada que hacía, así que íbamos a tener que quedarnos en Charqueada hasta que bajara un poco la creciente. A mitad del arroyo aquel mundo de agua hacía mucha fuerza en la linga de la balsa y con todo el peso de los dos vehículos se veía que no iba a aguantar, y reventó nomás. El chicotazo de la linga lo agarró al brasilero en el medio del pecho y lo partió en 2, al balsero no lo ví y mi compañero se hundió con el camioncito en el Parado, yo que tenía cerca de 20 años me tiré atrás del auto, a ver si podía rescatar a la brasilera, me zambullí y a pesar de la mugre del agua la alcancé a ver, pero no pude sacarla de adentro del auto por la ventana. La mujer estiró la mano, donde tenía apretada la reliquia y me la dio. Ahí empecé a sentir algo que le cinchaba de arriba y cuando llegué a la superficie me enderecé y pude salir caminando sobre la creciente.
El niño miraba con la boca abierta.
- Así que cuidá bien esto, que te puede salvar la vida.
El hombre se bajó en la parada siguiente y no sé si fue la niebla o que me sugestionó el relato, pero para mí que se alejó flotando, como a 15 centímetros del piso.



* Publicado en suplemento Quinto Día de diario El Telégrafo - 

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