jueves, 19 de octubre de 2017

Aquella maravillosa función


La atención al público comenzaba a las 13:00, pero las puertas de la oficina se abrían puntualmente a las 12:45. De esa forma la sala de espera ya completa solía ver cómo rutinariamente llegaban los tres dependientes a ocupar sus lugares detrás de las ventanillas. Lo acotado del espacio obligaba a que lo hicieran ordenadamente: primero ingresaba el de la 3, luego la dama de la número 2 y finalmente el encargado de la casilla 1. Siempre con puntualidad religiosa.
Un día cualquiera debido a una casualidad o a la automatización espontánea devenida de los gestos rutinarios hizo que los tres hicieran al unísono la misma serie de movimientos al ocupar sus asientos: primero correr la silla, mirada hacia el monitor, agacharse a encender la computadora y sentarse. Desde los asientos en la sala de espera surgió un tímido aplauso de alguien que se había percatado y quiso reconocer el -involuntario- giro artístico.
Al final de la jornada fue el número 1 quien propuso a sus compañeros quizás ensayar esos movimientos y repetirlos cada día al ingreso, como una forma de aportar algo más al contribuyente, que a la postre era quien hacía posible el cobro de sus salarios.
Fue así que a la jornada siguiente se convocaron un poco más temprano para poder sistematizar la secuencia. La ensayaron un par de veces y llegada la hora la repitieron con un reconocimiento mayor que el día anterior.
En sucesivas jornadas de trabajo la rutina de ingreso logró tal éxito que la sala de espera quedó chica para el público que concurría ver la artística entrada de los administrativos a sus respectivos puestos de trabajo. Simultáneamente los funcionarios fueron agregando detalles a su acting.
Con el correr de los meses la gente tuvo que sacar número para entrar a sacar número para ser atendidos en la oficina luego que los administrativos/artistas culminaran con sus cinco minutos de coreografía. A esa altura ya tenían una música que acompañaba el desarrollo de su puesta en escena y algunas luces que cambiaban de colores durante la presentación.

La demanda diaria por apreciar aquel espectáculo siguió creciendo, a punto tal que decidieron solicitar un simbólico aporte monetario, a modo de entrada, para que la cantidad de público se ajustara a la capacidad de la sala. Esto molestó al principio a los usuarios que tenían que ir a realizar trámites a esa dependencia, pero fue solo hasta que apreciaron el espectáculo que ofrecían los funcionarios, que ya contaban con un presentador y con una iluminación robótica que los seguía en sus desplazamientos.
El éxito de taquilla trajo una interesante recaudación, por lo que reclamaron a la dirección general de la que dependían que se les adjudicara un espacio más amplio, en reconocimiento al servicio ejemplar que estaban ofreciendo a los contribuyentes. Se les asignó una de las oficinas más grandes, ubicada frente al hall principal, y sobre la entrada se instaló la marquesina que anunciaba los horarios de las 4 funciones diarias que allí se realizaban. Al costado se ubicó una pequeña casilla donde se cobraban las entradas.
Ir a hacer trámites a esa dependencia se estaba volviendo un dolor de cabeza: había que pagar entrada, los funcionarios atendían en los tiempos muertos entre las funciones, pero el esfuerzo que les exigían las complejas “coreo” provocaba que tuvieran que tomarse prolongados descansos. Fue así que se decidió eximir a los artistas de las tareas administrativas que tenían asignadas y que se enfocaran en su espectáculo.
La sala a esa altura contaba con telón, amplificación Dolby sorrounded digital, cincuenta butacas acolchonadas con posabrazos individuales y un pequeño espacio de venta de golosinas.
Pero llegaron las elecciones y después sobrevino el cambio de gobierno. La nueva administración, con mucho menos sensibilidad artística, entendió que no tenía sentido tener un teatro dentro del edificio y volvió a colocar en su lugar los viejos aburridos escritorios de toda la vida. Sonrientes las veteranas oficinistas recuperaron su lugar con vista al hall. Como sus funciones de cobro habían sido asimiladas por las redes de cobranza los tres fueron declarados excedentarios.
Quisieron dedicarse al teatro y estrenaron una obra musical, pero la respuesta del público no fue la que esperaban. Y siguieron condenados a cobrar sus salarios en sus casas, sin asistir a trabajar.

* Publicado en suplemento Quinto Día de El Telégrafo en julio de 2017

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Muros en avenidas internacionales blindarán la frontera entre Brasil y Uruguay para evitar migración “vermelha” desde Cuba y Venezuela

BOLSONARO FIRMARÍA DECRETO POCO DESPUÉS DE ASUMIR Muros en avenidas internacionales blindarán la frontera entre  Brasil  y  Uruguay pa...