La
comisión de Nomenclátor de la Junta Departamental llevaba casi diez
horas reunida procurando encontrar un acuerdo para ponerle nombre a
una serie de calles y plazas de Villa Santificación. El poblado
había tenido un crecimiento muy importante en la población en
tiempos recientes gracias a la instalación de una importante
industria y se habían generado algunos barrios nuevos, cuyas calles
se numeraron detrás de la denominación “Pública”, para las que
corrían de este a oeste y “Oficial”, para sus transversales.
Solo había calles con nombres en el viejo centro: la calle Real, la
que llevaba a la vieja estación de AFE se denominaba 18 de Julio, la
plaza José Artigas, estaban Juan Antonio Lavalleja, Manuel Oribe y
Fructuoso Rivera, Joaquín Suárez, Luis Alberto de Herrera, José
Batlle y Ordóñez y la escuela era José Pedro Varela.
Los
vecinos había ido en una delegación a la capital departamental a
entregar una lista con nombres sugeridos de 28 vecinos del pueblo a
los que se quería reconocer en el nomenclátor. Se trataba de un
viejo panadero, el dueño de la primera estación de servicio, un par
de médicos, algunos policías, un periodista que durante años hizo
la corresponsalía de la radio de la ciudad, varios jueces de paz,
algunos curas y muchos maestros, gente así, que había dejado una
huella en el sentir de la comunidad santifiqueña.
Pero
-ya que estamos- la comisión quiso aprovechar la convocatoria para
ponerse al día con la nominación de algunas otras calles de la
capital departamental y ahí fue donde la cosa se complicó, porque
se empezó a armar un esquema de emparejamiento para que los
diferentes partidos tuvieran una representación proporcional en las
nuevas nominaciones.
Así
se empezó con una suerte de cacería de brujas para averiguar de qué
partido era el panadero, que uno de los médicos había integrado una
lista partidaria, que uno de los jueces de paz había estado
proscrito, que el cura fue separado del cargo cuando presidía la
comisión directiva del cuadro de baby fútbol por relajar al juez en
un partido y resulta que el juez había sido edil y que la discusión
había sido por política y no por una incidencia del juego y también
se averiguó que la tía de uno de los maestros había prestado el
garaje de su casa en Montevideo para comité político del Partido
Comunista y ahí había que ver si correspondía darle el nombre de
la calle al sobrino.
Así
transcurrió la discusión, poniendo y sacando nombres tratando de
mantener un equilibrio. En
cierto momento de la madrugada -cuando ya la lista tenía 236 tarjetas-
gracias a un acuerdo para abrir un par de calles más que faltaban y
que en el futuro seguramente iban a ser necesarias, se redactó el
informe entre los dos partidos mayoritarios.
El
tema pasó al plenario de la Junta sin tener todavía asegurados los
votos que se necesitaban. El voto faltante había que conseguirlo en
el transcurso de una semana y el gran candidato a aportar esa mano
levantada era un curul que había tenido desavenencias con el resto
de su sector y que no había tenido problemas en votar anteriormente
algunas cosas con el oficialismo, cuando le parecieron oportunas.
A
Raimundo Ortiz no le resultó mala la idea de ponerle nombre a todas
esas calles y lo único que pidió a cambio de apoyar fue que se
incluyera en el paquete una pequeña placita de su barrio, que no
tiene nombre y que vendría bien para recordar a una vieja maestra de
la zona, Coralia “Cora” de Lima, que había sido como una madre
para todos los chiquilines y que además había impulsado con ventas
benéficas el recambio de los techos de la escuela en plena crisis,
cuando el gobierno no tenía un peso, y que también les organizaba
los cumpleaños y les conseguía pelotas y zapatos de fútbol a todos
los alumnos.
Se
hizo una rápida averiguación y no se halló que la mencionada
docente hubiera tenido alguna actividad partidaria notoria, así que
se la incluyó como el nombre 237 de la lista, que se aprobó por la
mayoría especial requerida en una breve sesión extraordinaria sin mayores discusiones.
Ortiz
esa noche llegó a su casa y emocionado le comentó a su esposa la
sorpresa:
-
¡Logré que le pusieran a la placita el nombre de tu tía Cora, la
maestra!
-
Ah, pero que raro, porque la maestra era Obdulia, la hermana; Cora
era la bagayera que terminó procesada por adulterar caña blanca, ¿te
acordás?.
En
la plaza hoy hay una placa de granito pulido que reza: “Plaza
Coralia ‘Cora’ de Lima, la comunidad del barrio en reconocimiento
a su hermana, la querida maestra Obdulia que tanto hizo por todos
nosotros”.
(Original publicado en Quinto Día, suplemento de diario El Telégrafo en enero de 2017)
(Original publicado en Quinto Día, suplemento de diario El Telégrafo en enero de 2017)
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