martes, 12 de septiembre de 2017

La plaza de la maestra


    La comisión de Nomenclátor de la Junta Departamental llevaba casi diez horas reunida procurando encontrar un acuerdo para ponerle nombre a una serie de calles y plazas de Villa Santificación. El poblado había tenido un crecimiento muy importante en la población en tiempos recientes gracias a la instalación de una importante industria y se habían generado algunos barrios nuevos, cuyas calles se numeraron detrás de la denominación “Pública”, para las que corrían de este a oeste y “Oficial”, para sus transversales. Solo había calles con nombres en el viejo centro: la calle Real, la que llevaba a la vieja estación de AFE se denominaba 18 de Julio, la plaza José Artigas, estaban Juan Antonio Lavalleja, Manuel Oribe y Fructuoso Rivera, Joaquín Suárez, Luis Alberto de Herrera, José Batlle y Ordóñez y la escuela era José Pedro Varela.
    Los vecinos había ido en una delegación a la capital departamental a entregar una lista con nombres sugeridos de 28 vecinos del pueblo a los que se quería reconocer en el nomenclátor. Se trataba de un viejo panadero, el dueño de la primera estación de servicio, un par de médicos, algunos policías, un periodista que durante años hizo la corresponsalía de la radio de la ciudad, varios jueces de paz, algunos curas y muchos maestros, gente así, que había dejado una huella en el sentir de la comunidad santifiqueña.
    Pero -ya que estamos- la comisión quiso aprovechar la convocatoria para ponerse al día con la nominación de algunas otras calles de la capital departamental y ahí fue donde la cosa se complicó, porque se empezó a armar un esquema de emparejamiento para que los diferentes partidos tuvieran una representación proporcional en las nuevas nominaciones.
    Así se empezó con una suerte de cacería de brujas para averiguar de qué partido era el panadero, que uno de los médicos había integrado una lista partidaria, que uno de los jueces de paz había estado proscrito, que el cura fue separado del cargo cuando presidía la comisión directiva del cuadro de baby fútbol por relajar al juez en un partido y resulta que el juez había sido edil y que la discusión había sido por política y no por una incidencia del juego y también se averiguó que la tía de uno de los maestros había prestado el garaje de su casa en Montevideo para comité político del Partido Comunista y ahí había que ver si correspondía darle el nombre de la calle al sobrino.
    Así transcurrió la discusión, poniendo y sacando nombres tratando de mantener un equilibrio. En cierto momento de la madrugada -cuando ya la lista tenía 236 tarjetas- gracias a un acuerdo para abrir un par de calles más que faltaban y que en el futuro seguramente iban a ser necesarias, se redactó el informe entre los dos partidos mayoritarios.
    El tema pasó al plenario de la Junta sin tener todavía asegurados los votos que se necesitaban. El voto faltante había que conseguirlo en el transcurso de una semana y el gran candidato a aportar esa mano levantada era un curul que había tenido desavenencias con el resto de su sector y que no había tenido problemas en votar anteriormente algunas cosas con el oficialismo, cuando le parecieron oportunas.
    A Raimundo Ortiz no le resultó mala la idea de ponerle nombre a todas esas calles y lo único que pidió a cambio de apoyar fue que se incluyera en el paquete una pequeña placita de su barrio, que no tiene nombre y que vendría bien para recordar a una vieja maestra de la zona, Coralia “Cora” de Lima, que había sido como una madre para todos los chiquilines y que además había impulsado con ventas benéficas el recambio de los techos de la escuela en plena crisis, cuando el gobierno no tenía un peso, y que también les organizaba los cumpleaños y les conseguía pelotas y zapatos de fútbol a todos los alumnos.
    Se hizo una rápida averiguación y no se halló que la mencionada docente hubiera tenido alguna actividad partidaria notoria, así que se la incluyó como el nombre 237 de la lista, que se aprobó por la mayoría especial requerida en una breve sesión extraordinaria sin mayores discusiones.
    Ortiz esa noche llegó a su casa y emocionado le comentó a su esposa la sorpresa:
- ¡Logré que le pusieran a la placita el nombre de tu tía Cora, la maestra!
- Ah, pero que raro, porque la maestra era Obdulia, la hermana; Cora era la bagayera que terminó procesada por adulterar caña blanca, ¿te acordás?.
    En la plaza hoy hay una placa de granito pulido que reza: “Plaza Coralia ‘Cora’ de Lima, la comunidad del barrio en reconocimiento a su hermana, la querida maestra Obdulia que tanto hizo por todos nosotros”.

(Original publicado en Quinto Día, suplemento de diario El Telégrafo en enero de 2017)

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