jueves, 9 de agosto de 2018

El último cambalache

Para irrespetuosas la vidriera del Tremendo Socotroco, comercio de Ubaldo Barriola. En el lugar coexistían piezas de fina cerámica inglesa, cuchillería criolla y alemana, talismanes de plata incaicos, juguetería china de la más baja calidad, instrumental de rehabilitación médica, todo tipo de herramientas de las más afamadas marcas brasileñas y estadounidenses, soportes y protección para todo tipo de aparatos electrónicos, el más exquisito mobiliario en maderas nobles de la Europa central, todos los talles de pañales, lubricantes para motor, equipamiento deportivo para todas las disciplinas olímpicas y un sinfín de otros imposible de detallar, como dicen los avisos de los remates.
Ubaldo hacía alarde del stock de mercadería de su negocio y hasta tenía una promoción, si alguien no encontraba en su comercio algún artículo que hubiese visto en cualquier otro de la ciudad le pagaba la compra al cliente.
La gente iba allí segura de que conseguía lo que necesitaba, tanto que tenía todos los modelos posibles de los termos de acero inoxidable y llave de reemplazo para cualquier tipo de candado. Lo único que había que tener era la paciencia suficiente para probar todas las que existían.
A quien no le iba tan bien era a Estanislao “Mejicano” Nedved, propietario del bazar que por nombre repetía el apodo de su dueño y que era competencia directa, al menos en algunos de los rubros, del comercio de Barriola. Y una de las razones era justamente que la gente cuando iba al Socotroco no necesitaba ir a ningún otro lado, en cambio si compraba algo en El Mejicano, después tenía que ir por el taller de Mancusso y por la tienda “Primeras Nupcias”, atendida por Julio y Emilia y que vendía todo tipo de ropa para hacer deporte. Es válido aclarar, para no caer en malas interpretaciones que la tienda sufrió un cambio de rubro cuando pasó de manos de su fundador Eusebio Melindrone a sus dos hijos.
El caso es que Estanislao estaba dispuesto a demostrar que no era posible que en el Socotroco se encontrara cualquier cosa existente en el universo, por eso se contactó con Mancusso y los Melindrone para buscar la forma de derribar ese mito.
Decidieron que cada uno invertiría en la adquisición del artículo más caro y exclusivo que se pudiera encontrar dentro de su respectivo giro y luego irían a pretender comprarlo al cambalache de Barriola.


Así los Melindrone trajeron un sofisticado traje de micro neopreno con nanoincrustaciones de selenio cristalizado diseñado para emplearse en el buceo deportivo. Mancusso adquiriría un radar de superficie con referenciador de GPS y controlador automático de estacionamiento laser, que permitía detectar en cinco manzanas a la redonda el mejor lugar para estacionar y proyectar un holograma de un vehículo ocupando el espacio hasta que se llegara al sitio para que el auto se ubique solo. El Mejicano se trajo un robot que por sí solo se encargaba de todas las tareas domésticas, desde hacer las compras, cocinar, fregar los trastos y bañar a las mascotas.
El plan era que cada uno de ellos fuera al Socotroco a buscar lo que había en el comercio de otro de los complotados.
Julio Melindrone fue a buscar el radar, Mancusso el robot multiuso y al Mejicano Nedved, aún viviendo a más de 2000 kilómetros de la costa más próxima, se le antojó el traje de bucear. Cayeron prácticamente juntos, porque todos querían ver la cara que ponía Barriola cuando le hacían los respectivos pedidos.
Mancuso le describió con lujo de detalles el androide y ante la duda planteada por el consumidor sobre si realmente era posible que existiese tal cosa el tallerista le indicó que venía de ver uno en el comercio de Nedved.
Barriola en el aire se dio cuenta de la jugada y reaccionó.
-Ah, si, muchacho, ya me doy cuenta el modelo que decís. Tengo uno en el depósito, ya te lo envuelven.
Y así fue atendiendo a los demás y prometiendo que en pocos minutos les alcanzaría la mercadería.
Al cabo de una media hora aparecieron los empleados con los artículos. Cada uno de ellos adquirido a crédito por los colegas, aún sin entender mucho qué estaba pasando.
Una vez afuera del comercio se reunieron a tratar de desentrañar cómo había sido posible que el Socotroco tuviera todo aquello.
Melindrone no pudo ocultar la molestia por el fracaso de la operación.
- Toda esta inversión para nada, lo único que espero es que me devuelvan los 60.000 dólares que me costó este traje.
- Paraaaaa, paraaa, cómo que 60, si el viejo a mí me lo cobró a 100.
- Epa, y vos cuanto pagaste el robot.
- También 100.
Así comprobaron que Barriola no solamente había salido bien parado en la prueba a su estrategia de marketing, también se había hecho de un buen dinero en el proceso.

Autor: Marco Rivero - publicado en Quinto Día, de El Telégrafo.

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