La flor roja en el
sombrero blanco que coronaba su oscura y brillante cabellera la
distinguía de todas las demás en aquel café. Era la clave
acordada. Siempre llego antes que ellas a mis citas a ciegas, supongo
que es porque eso me da ventaja estratégica, cuando la vi entrar al
salón detecté su nerviosismo, quizás fuera su primer encuentro de
este tipo, y bueno, yo no soy un gran experto, pero tengo algunas
historias para contar.
Sus ojos de azabache
escaneaban las mesas en derredor, cuando llegó a mi sector levanté
mi clavel en la mano. Su rostro se iluminó, lo que veía colmaba sus
expectativas. Lástima no poder decir lo mismo...
— ¿Jorge?
— Si, Silvana, soy
yo. Tomá asiento y pidamos algún aperitivo, si te parece...—
No terminaba de
sentarse cuando mis ojos se abrieron en toda su plenitud.
— Silvana, por
favor no te muevas y tratá de no mostrarte sorprendida.—
— ¿Eh? ¿Qué te
pasa? — me preguntaba mostrándose sorprendida mientras veía como
yo me sumergía debajo de la mesa.
— Disimulá,
disimulá—
— ¿Pero estás
bien? Decime algo.
— Ahora parate y
empezá a caminar hacia la otra salida, yo te voy a seguir. Alcanzame
el saco.
Salimos lo más
discretamente posible y apenas ganamos la vereda la invité a correr
hacia el callejón. Una vez allí traté de explicarle.—
— Es que
justamente entraron al lugar los chicos malos de O'Brien.—
— ¿Y?—
— Nada, es una
vieja deuda que parece que tengo con ellos y no paran de perseguirme.
Olvidé que este bar está en su territorio, pero pidamos un taxi y
vayamos a otro lugar para poder conversar más tranquilos.—
Así lo hicimos, 20
minutos más tarde ella me tranquilizaba diciéndome que no me
preocupara, que fuese lo que fuese se podría resolver. Ese gesto me
conmovió, no lo esperaba, de hecho pensaba que huiría de mi lado a
la primera oportunidad.
— Mi padre tiene
contactos en el Ministerio de Seguridad, si ellos andan en algo
ilícito podríamos encontrar una solución —, me decía mientras
nos sentábamos en la mesa de un restaurante bastante
menos elegante que el primero.
Deberían haber
visto su cara cuando me vio de nuevo escondiéndome nuevamente bajo
la mesa. Esta vez asumió que no debía escandalizarse y me interrogó
en voz baja.
— ¿Qué pasa
Jorge? ¿Otra vez los muchachos de O'Brien? ¿Nos siguieron? ¿Nos
habrá vendido el taxista?—
— No, no, no, esta
vez son los de la banda de O'Ryley. Tuvimos algunas disputas en el
pasado.—
— ¿Nos vamos
sigilosamente?—
— Si, por favor.—
La siguiente parada
fue en una pizzería de la zona de la costa, a pesar del frío nos
sentamos en una de las mesas de afuera, para facilitar la evasión.
Sorpresivamente ella se mostró aún más comprensiva.
— Entiendo que
puede estar atravesando algunos problemas financieros, mi familia
dispone de algún capital, además conocemos buenos abogados que
podrían ser de ayuda...—
Ella se cortó
abruptamente cuando una vez más me vio eclipsándome detrás de la
mesa.
— Bueno, a ver,
contame de quién te escondés ahora...—
— Son los
pandilleros de O'Donnell, con quienes...—
— Vo, paraaaa,
siempre te endeudas con irlandeses, que monotemático. Lo que podemos
hacer es escaparnos hacia Melrose town una temporada y dejar que se
encarguen los profesionales.—
— No, no, en
Melrose está la pandilla de Chico Pérez, que también me sigue por
una diferencia de números.—
— Entonces...— —
No sé que voy a hacer... si querés podés irte, vos no tenés nada
que ver con mis problemas...—
Ella miró al cielo
un instante, sonrió, volvió a mirarme...
— Jorge, ¿vos no
estarás haciendo esto porque no te gusté y no te animás a
decírmelo, no?—
— Si.—