sábado, 9 de diciembre de 2017

Desconexión imposible


Perder el celular es hoy asimilable a que te extirpen un órgano fundamental, con la diferencia que se puede solucionar simplemente concurriendo a la tienda oficial de alguna de las telefónicas a comprar otro. Pero durante el rato en que uno se percata del faltante del elemento en cuestión y lo que demora en hacerse de otro y volver a activarlo con todo lo que uno tenía adentro del primero, el ser humano puede llegar a sentirse en la más plena soledad, en la aislación total, una situación que -como nos enseñaron en la escuela (al menos a mí sí)- no es propia de la especie. Paradójicamente una persona puede estar en un país extranjero y sentirse cerca, o en la misma ciudad donde vive sintiéndose como si fuese el llanero solitario, en función de si lleva consigo o no el aparatito personal. Además, como todos sabemos, existe una serie de normas básicas que pautan el funcionamiento universal, que todos conocemos como Leyes de Murphy, y que nos predisponen a pensar que justo en esos tres cuartos de hora que demoremos en reactivar nuestro cerebro accesorio puede estar ocurriendo un ataque marciano, decretándose la reincorporación del país a las Provincias Unidas del Río de la Plata o divorciándose el presidente de la República, sin que uno se entere. También pueden ocurrir otras cosas trascendentes como un accidente doméstico, o que una prima saque el cinco de oro, por más que sea lunes y sean las 2 de la tarde.
Angélica decidió darle una vuelta al asunto. A partir de la pérdida del teléfono asumió que de ahora en más viviría sin celular, no sin Facebook, ni Twitter, pero sin la posibilidad de tenerlos a mano para estar pendientes de ellos constantemente, y si acaso se llegara a derribar el límite en el río Uruguay, nos invadieran Los Enanitos Verdes saltando la muralla y la primera familia de la patria se rompiera, bueno, ya se iría a enterar en su momento, porque igual las redes sociales no estás compuestas mayoritariamente por ese tipo de noticias sino que más bien uno termina enterándose de problemas familiares ajenos, de deudas impagas, de fugaces romances prohibidos y mordaces traiciones. En los planes todo estaría bien solo que un poco más lento y eso, para Angélica, no estaba nada mal.

Foto: Andrés Franco.
 La realidad, por su parte, se encarga de demostrar que hay cosas que llegaron para quedarse, y así como una vez los eslabones perdidos de Darwin entendieron que la vida en comunidad traía más beneficios que pérdidas de intimidad, le tocaría a Angélica descubrir que la sociedad no te permite desconectarte y pretender seguir conectado. No hay término medio, o conmigo o sin mí y mis pedidos de que me cuentes qué tal resultó tu experiencia en la bizcochería, así le avisamos a otros usuarios.
Ya el primer golpe fue devastador, directo al corazón familiar. Las maestras de los nenes organizan la vida escolar por grupos de Whatsapp. El día del golero te vas a desconectar…
Pese a ello y muy a pesar del resto de las mamás y papás, que no tenían las mismas reservas respecto a la invasión tecnológica y que la escuchaban como si estuviese hablando de palomas mensajeras, nuestra heroína logró transar con la maestra que los mismos comunicados los enviara por correo electrónico, que la docente podía despachar desde el mismo aparato mediante una simple acción de copiar/pegar. La educadora sistemáticamente se olvidó de hacerlo y Angélica cedió terreno, volvió a tomar el celular, pero solamente a efectos de mantenerse al tanto del devenir de la vida escolar de sus retoños de las nuevas rifas de la Comisión Fomento.
Por esa puerta abierta volvieron a pasar Facebook, Twitter, Instagram, Messenger, Pedidos Ya, el navegador de internet y todo volvió a la normalidad, por lo menos hasta que lleguen las vacaciones.

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