Perder el celular es hoy asimilable a que te extirpen un órgano
fundamental, con la diferencia que se puede solucionar simplemente
concurriendo a la tienda oficial de alguna de las telefónicas a
comprar otro. Pero durante el rato en que uno se percata del faltante
del elemento en cuestión y lo que demora en hacerse de otro y volver
a activarlo con todo lo que uno tenía adentro del primero, el ser
humano puede llegar a sentirse en la más plena soledad, en la
aislación total, una situación que -como nos enseñaron en la
escuela (al menos a mí sí)- no es propia de la especie.
Paradójicamente una persona puede estar en un país extranjero y
sentirse cerca, o en la misma ciudad donde vive sintiéndose como si
fuese el llanero solitario, en función de si lleva consigo o no el
aparatito personal. Además, como todos sabemos, existe una serie de
normas básicas que pautan el funcionamiento universal, que todos
conocemos como Leyes de Murphy, y que nos predisponen a pensar que
justo en esos tres cuartos de hora que demoremos en reactivar nuestro
cerebro accesorio puede estar ocurriendo un ataque marciano,
decretándose la reincorporación del país a las Provincias Unidas
del Río de la Plata o divorciándose el presidente de la República,
sin que uno se entere. También pueden ocurrir otras cosas
trascendentes como un accidente doméstico, o que una prima saque el
cinco de oro, por más que sea lunes y sean las 2 de la tarde.
Angélica decidió darle una vuelta al asunto. A partir de la pérdida
del teléfono asumió que de ahora en más viviría sin celular, no
sin Facebook, ni Twitter, pero sin la posibilidad de tenerlos a mano
para estar pendientes de ellos constantemente, y si acaso se llegara
a derribar el límite en el río Uruguay, nos invadieran Los Enanitos
Verdes saltando la muralla y la primera familia de la patria se
rompiera, bueno, ya se iría a enterar en su momento, porque igual
las redes sociales no estás compuestas mayoritariamente por ese tipo
de noticias sino que más bien uno termina enterándose de problemas
familiares ajenos, de deudas impagas, de fugaces romances prohibidos
y mordaces traiciones. En los planes todo estaría bien solo que un
poco más lento y eso, para Angélica, no estaba nada mal.
La realidad, por su parte, se encarga de demostrar que hay cosas que
llegaron para quedarse, y así como una vez los eslabones perdidos de
Darwin entendieron que la vida en comunidad traía más beneficios
que pérdidas de intimidad, le tocaría a Angélica descubrir que la
sociedad no te permite desconectarte y pretender seguir conectado. No
hay término medio, o conmigo o sin mí y mis pedidos de que me
cuentes qué tal resultó tu experiencia en la bizcochería, así le
avisamos a otros usuarios.
Ya el primer golpe fue devastador, directo al corazón familiar. Las
maestras de los nenes organizan la vida escolar por grupos de
Whatsapp. El día del golero te vas a desconectar…
Pese a ello y muy a pesar del resto de las mamás y papás, que no
tenían las mismas reservas respecto a la invasión tecnológica y
que la escuchaban como si estuviese hablando de palomas mensajeras,
nuestra heroína logró transar con la maestra que los mismos
comunicados los enviara por correo electrónico, que la docente podía
despachar desde el mismo aparato mediante una simple acción de
copiar/pegar. La educadora sistemáticamente se olvidó de hacerlo y
Angélica cedió terreno, volvió a tomar el celular, pero solamente
a efectos de mantenerse al tanto del devenir de la vida escolar de
sus retoños de las nuevas rifas de la Comisión Fomento.
Por esa puerta abierta volvieron a pasar Facebook, Twitter,
Instagram, Messenger, Pedidos Ya, el navegador de internet y todo
volvió a la normalidad, por lo menos hasta que lleguen las
vacaciones.
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