sábado, 30 de septiembre de 2017

El hijo de Horacio en la olla a presión


- ¿Vos sos hijo de Horacio? Sos igualito.- Le dijo mientras pesaba los cincuenta pesos de bizcochos salados.
- No nada que ver, mi padre se llama Julio. ¿Qué Horacio dice usted?
- Horacio, el señor que vive acá a la vuelta, por la calle Elostegui, que vende libros en la feria. ¿Cincuenta de dulces también?
- Si. No, no lo conozco.
- Claro, se mudó hace poco, y me comentó que tenía un hijo por aquí, Julián, ¿vos te llamás Julián, no?
- Si, si, pero debe ser otro Julián.
- Que extraño, porque sos re parecido.
Pagó y se fue. Movido por la curiosidad cambió la ruta de camino al parque para pasar por la calle Elosegui, pero no vio a nadie, así que siguió camino rumbo al parque donde los demás, con el mate, esperaban por el contenido de las bolsas de papel.
Llegó hasta el murito que compartían sus amigos, saludo, repartió las bolsas y se despidió.
- Es que tengo que ir a ver un asunto familiar- excusó ante los reclamos de sus compañeros.
Caminó de nuevo hacia la calle Elostegui para volver a pasar frente a la casa de ese extraño hombre que con cada minuto crecía en posibilidades de convertirse en su padre, a quien decidió esperar sentado en el cordón de la vereda, bajo la bonachona sombra de un plátano.
El lento paso de una vecina con un carrito cargado de frutas y verduras le recordó que hoy era día de feria y que quizás su futuro padre aún estuviese allí y partió corriendo hacia el lugar. Cuando comenzó a pasar los primeros puestos se lo encontró, estaba acomodando una pila de libros dentro de una caja, preparándose para levantar el puesto, ya casi era la hora de terminar la feria y no andaba mucha gente en la vuelta.
Por caprichos cromosómicos quizás, pero el parecido físico era indiscutible. Una nariz tan poco frecuente se distingue con facilidad. Julián solo podía pensar que eran demasiadas coincidencias.
- ¿Horacio, verdad?
- El mismo, ¿quién pregunta?
- Decime vos.
- No te entiendo.
- Me dicen que estás buscando a tu hijo, Julián, bueno yo soy Julián.
- No, pero…
- Decime, ¿yo soy tu hijo o no?

- No, no, no sos Julián, por lo menos no sos mi Julián…
- No sé cuáles son tus intenciones, Horacio, pero vamos a llegar al fondo de todo esto. Te lo puedo asegurar.- Giró y se fue caminando entre los puestos hacia el otro extremo de la feria, sin dejar al librero espacio para preguntas.
Julián regresó a su casa. Julio tomaba un té de manzanilla junto a la ventana y por el gesto de su hijo cuando lo vio a través del vidrio intuyó que algo no estaba bien.
- Mañana nos vamos a hacer un ADN, Papá.
- ¿El qué? ¿Qué te pasa, te eloqueciste?
- No, acá está pasando algo raro y no quiero quedarme con dudas de ningún tipo.
- No, hijo, qué decís, ¿qué te pasó?
- Acá hay un señor que es muy parecido a mí y que anda buscando a su hijo, que casualmente se llama igual que yo.
- ¿Y? ¿Ya con eso asumís que te estamos escondiendo algo? ¿Cuánta gente pensás que tiene la misma nariz que vos?
- La nariz, claro, ¿cómo sabías que el tipo tiene una nariz parecida a la mía? Yo no te conté nada.
- Hijo, es tu rasgo más característico, qué otra cosa parecida podría tener.
- Bueno, mañana a las diez en el laboratorio y se terminan las dudas.
- Yo voy con vos a donde quieras, pero te aseguro que no vas a encontrar nada raro.
Desconfiando a pesar de las palabras de su padre Julián se fue con toda la carga emocional de la situación a cuestas.
Ya solo, Julio tomó el teléfono y marcó un número que no estaba entre sus contactos, un número que se sabía de memoria. Horacio atendió del otro lado.
- Está bien, acepto, mañana te deposito los cien mil, pero asegurate de hablar con la del laboratorio para que no pase nada raro, sino cancelo todo.
- Así me gusta, quedate tranquilo que se despejan todas las dudas, pero tené en cuenta que si otra vez te negás a pagar el chiquilín se puede enterar de algunos detalle más de nuestro secretito…
- ¡Te pago y te perdés eh! Y que esta vez sea para siempre… mirá que todavía tenemos algunos amigos en común que creen que esto ha ido demasiado lejos.
- Ahh, pero si vamos a hablar de cosas que han ido demasiado lejos te tengo que recordar que hay cierta flota de portaaviones que traspasó determinado meridiano.
- Si querés que salgan tiene que salir todo bien mañana, y ya que estamos, si salen tendrían que cesar los ataques de los hackers de tus jefes contra nuestro sistema de seguridad.
- Estoy seguro que no son nuestros esos hackers, seguramente sean chinos, pero tené por cierto que si cumplís con eso se va a terminar.
- Ah, y también quiero a la panadera de la esquina fuera del tablero.


Publicado en suplemento Quinto Día de El Telegrafo, Paysandú en enero de 2017.

domingo, 24 de septiembre de 2017

¿Tiene esperanza la televisión en épocas de internet?

La televisión tradicional, como la conocimos en los años 90, está perdiendo terreno frente a otros formatos. Las series y las películas se ven ahora en Netflix y otros servicios on demand, donde los contenidos se adaptan a los tiempos de los espectadores y -sobre todo- donde no es necesario "soportar" la tanda comercial.

¿Tiene futuro la televisión?, ¿el formato "canal de televisión" puede sobrevivir?
Para hacerlo tendrá que adaptarse y ofrecer un producto de calidad. Lo mismo que Baron nos decía sobre los newspapers.

Para hacerlo tendrá que hacer cosas como las que está haciendo Salvados, en España. Tendrá que trabajar, mucho, y ser creativa. 

En esta nota de La Información algunas recomendaciones al respecto.

4. El envoltorio no es conveniente: es crucial
Ya sea en prensa, radio o televisión, el envoltorio de cualquier historia no debe ser baladí. En la frenética realidad que vivimos, las prisas por ser los primeros a la hora de lanzar las noticias y los reportajes propician (además de que no siempre se contraste como se debe las informaciones) que se descuide el envoltorio de cada narración. Y eso es un grave problema. Uno de los grandes pilares del éxito y prestigio de Salvados es su mimada forma de narrar cada programa a través de un esfuerzo visual extra. La fotografía y realización no es menor en el género informativo. Se dice que Salvados aprovecha técnicas de las series (cabeceras tematizadas, músicas, iluminación especial, localizaciones reales con una belleza especial…), pero en realidad sólo aprovecha las posibilidades de la televisión en su máxima expresión.


Pablo Iglesias - Salvados (Programa Completo) por FANAIDANIZARJAPA

6. La audiencia es importante, pero no lo más importante. El servicio público debe prevalecer siempre en el periodismo
En el periodismo es capital saber mantener el equilibrio entre los temas que propulsan las cuotas de pantalla y aquellos contenidos que, a primera vista, puede parecer que interesan menos pero que, al mismo tiempo, son un servicio público necesario y obligado. De esta forma, Salvados ha dado voz a las personas con discapacidad (uno de los programas con menor cuota del formato) o ha tratado temas más locales que también son de gran calado. Como la edición “Jánovas, el pantano fantasma”, que puso en la palestra la historia de resistencia de un pueblo frente al abuso de poder de las eléctricas y los gobiernos. Porque las historias narradas por la gente en primera persona son tan relevantes como las que examinan a populares mandatarios.


Un último abrazo no fue suficiente

Publicado en suplemento Quinto Día de diario El Telegrafo, el fin de semana posterior a la inauguración de la nueva terminal de ómnibus.

jueves, 21 de septiembre de 2017

Cuento de fogata


El agente que recibió la llamada no daba crédito a lo que estaba escuchando y pensó que se trataba de una broma telefónica, como las que solían recibirse en las comisarías.
Hacía pocos meses que estaba en ese destino y todavía conocía poco de las historias y los personajes de la zona, pero sí había escuchado de un hombre que tenía la capacidad de hablar con los peces.
Hasta el momento de la llamada él y otros policías pensaban que solamente se trataba de una leyenda urbana, otros imaginaban que sería algún pobre desquiciado cuya psiquis pudiera haber sido alterada por el consumo excesivo de caña o alguna otra sustancia. Pero nadie creía que existiera en realidad una persona con la capacidad de comunicarse con los peces.
-¿Pero usted me está tomando el pelo?-, reprochó a quien se comunicaba con la oficina policial.
-¿Usted me dice que quiere denunciar la falta de un pez desde una zona específica del río en la que solían conversar?-
Decidido a poner fin al asunto el policía simuló tomarle la denuncia recibió del hombre las instrucciones precisas para llegar hasta el sitio desde donde supuestamente había faltado Horacio, un ejemplar de surubí, que podría llegar a pesar entre 12 y 14 kilos, bigotes largos y con un acento muy característico de la zona misionera desde donde decía proceder, lo que evidentemente motivó que el denunciante lo bautizara en honor a Quiroga, el escritor salteño.
Resultó muy difícil al joven efectivo explicar sus intenciones al comisario y convencerlo de permitirle usar la única camioneta disponible en la seccional para ir “a buscar un loco que habla con los pescados”. -Peces- acotó el agente, ya al borde de someterse a una sanción disciplinaria.
El caso es que con el apoyo de un veterano también hastiado de los malentretenidos que abusaban del teléfono y de la disposición al servicio de los policías, logró convencerlo de darse una vuelta por el lugar indicado, a ver qué veían. 

Foto meramente ilustrativa: en el Olimar no hay surubíes.


Luego de varios kilómetros bordeando el monte y vadeando cañaditas, llegaron al recodo de Gestido donde se encontraron una persona mirando hacia el centro del río.
Era un hombre flaco, alto, muy barbudo y de pelo largo desarreglado y ropas gastadas. Más allá un campamento donde apenas humeaban los restos de una fogata ya sofocada sobre la cual colgaba una olla que supo alojar los ingredientes de un guiso.
-Pensé que ya no iban a venir- los recibió el extraño sujeto. -Los iba a llamar de nuevo, pero me queda lejos el teléfono, tengo que ir hasta la casona donde estaba el almacén-.
El hombre explicó la extraña situación del faltante de su amigo, el surubí Horacio, al que no veía hacía ya una semana. De acuerdo con su declaración, tomada por el mismo agente que atendió la llamada a la seccional, el animal se había ido sin despedirse, lo que a juicio del denunciante daba lugar a interpretar que podría tratarse de un caso de pescar furtiva o un vil secuestro express, en busca de una recompensa.
Los policías se miraron entre sí y profesionalmente aguantaron una carcajada que les brotaba desde lo más íntimo de su incredulidad. Asintieron a la vez en señal de complicidad y escucharon por casi una hora las historias más increíbles sobre el sujeto y el surubí.
Cuando advirtieron que la tarde se moría decidieron que uno de ellos permaneciera en el lugar junto con el hombre, para cerciorarse de que no consumiera ninguna cosa rara y que el otro regresara a la dependencia para devolver la camioneta y al otro día volviese con el médico para examinarlo.
Así pasaron la noche conversando, el hombre explicó que había sido un profesor que un día paseando por el río escuchó una voz que lo llamaba. Aquel pez de conversación tan amable lo conquistó y ya no se pudo alejar del lugar. Abandonó a su familia y se instaló, viviendo de lo que le daba el monte. Cada media hora el hombre se alejaba de la fogata, se arrimaba a la orilla y gritaba -!Horacio, volveeeee!- Y nada.
Al día siguiente regresó la camioneta. Le aplicaron una inyección y marcharon con él hacia el hospital acostado en el asiento de atrás.
El agente quedó para cuidar las cosas del indigente mientras volvía la camioneta a buscarlas. Cuando ya el vehículo se perdía en el horizonte el policía escuchó una ronca voz que le dijo -Te quería agradecer, ya no sabía como sacarme de encima a este plomo, mi nombre es Horacio, mucho gusto-.

* (Publicado en suplemento Quinto Día de El Telégrafo en abril de 2016)

domingo, 17 de septiembre de 2017

Disquisiciones de una sala de espera


   Eran dieciocho asientos fáciles de contar: seis baterías de tres lugares cada una. Al principio lucen amigables, pero al rato son tan cómodos como una cámara de tortura y eso pone de mal humor a cualquiera. Y para colmo sin WI-FI, obvio que tiene que ser sin WI-FI, porque en las salas de espera que tienen WI-FI casi no hay interacción humana directa y sin ella no hay historia.
 - Disculpe, ¿sabría decirme si ya llamaron al ochenta y tres?
 - Ja, bien igual, va en el treinta y nueve.
 - ¿De qué letra?
 - De la jota, siempre va en la jota. ¿No sabía? Jota, jota, jota.
 - Percibo que le he ocasionado cierta incomodidad, disculpe.
 - Siéntese y espere, doña, como todos los demás.
    En la sala, además del joven de injustificables anteojos oscuros y la mujer de unos cincuenta y siete años había apenas otras dos personas. El revistero rebosaba de lecturas anteriores a mil novecientos noventa y siete, tapas de revistas Gente, Caras, Tres y una Condorito, la única que no había perdido actualidad, pero que ya todos se sabían de memoria.
    Cada vez que giraba el pomo de la ancha puerta -desde detrás de la cual se oían pronunciar nombres en sentido inverso- para aquellas personas era como si se abriese la salida de una jaula.
    La mujer se sentó a tres lugares del muchacho de pocas pulgas, tomando como referencia uno a la redonda de cada uno, como espacio personal, y uno adicional, imprescindible debido al tono de las respuestas del más joven de los interlocutores.
 - Si faltan tantos números, ¿cómo es que la sala no está llena?
    Esta vez ni siquiera le respondió, apenas hizo un gesto con los hombros, respondiendo la pregunta y a la vez mostrando que no tenía el más mínimo interés en responderla.
    El pomo giró, la puerta se abrió apenas y desde el interior se escuchó “...senta, Martinelli, Indalecio”.
 - ¿Que dijo?
 - Indalecio Martinelli. ¿Lo conoce?
 - No, el número…
 - ...senta.
 - ¿Sesenta o setenta?
 - ¿Cuál es la diferencia si usted tiene el ochenta y nueve?- protestó el joven, elevando un poquito más el muro.
 - Ochenta y tres.
    Desde el fondo del pasillo contiguo un hombre en camiseta llegó corriendo, saludó con un “Buenas” y pasó la puerta sin escuchar respuesta.
 - ¿Y ese?
 - Martinelli, Indalecio, me imagino…
- ¿Pero, donde estaba?
    El dedo índice indicó el lugar de donde provenía el recién ingresado.
 - ¿Y cómo se enteró que lo llamaban?
 - Miterio…
    En la siguiente media hora transitaron corriendo por el pasillo Miraballes, Carolina; Da Silva Euclides y Terrabasto, Alfredo…
 - Parece que atienden uno cada diez minutos, más o menos.
    El comentario no despertó la mínima respuesta.



    Al cabo de otros cinco minutos comentando -¡Qué incómodas estas butacas!- la mujer manoteó del montón una Caras con la foto de Silvio Soldán y Silvia Süller, para improvisar un almohadón.
    Desde el pasillo esta vez llegaba el sonido de tacones golpeando a paso menos apurado que el de los anteriores impacientes. A medida que se acercaban se escuchaban más y más zapatos azotando las resplandecientes baldosas color crema. Parecía un batallón acercándose cansino al punto de reunión.
    Eran unos veinticuatro, por lo que algunos tuvieron que quedar parados mientras los demás llenaban la sala hasta invadir el espacio personal de quienes estaban de antes.
    La mujer recién llegada, a quien todos los demás acompañaban, preguntó al joven de los anteojos negros.
 - ¿Sabría decirme si ya llamaron al ochenta y tres?
    El joven explotó una vez más:
 - No se, no tengo idea, yo solo quería dormir un rato, pero se ve que acá no va a ser posible.
    Tomó su mochila y se marchó de la sala, respondiendo con un gesto de saludo a Betolazza, Cristian, que acababa de ser llamado desde atrás de la puerta, y llegaba corriendo a la cita.

martes, 12 de septiembre de 2017

La plaza de la maestra


    La comisión de Nomenclátor de la Junta Departamental llevaba casi diez horas reunida procurando encontrar un acuerdo para ponerle nombre a una serie de calles y plazas de Villa Santificación. El poblado había tenido un crecimiento muy importante en la población en tiempos recientes gracias a la instalación de una importante industria y se habían generado algunos barrios nuevos, cuyas calles se numeraron detrás de la denominación “Pública”, para las que corrían de este a oeste y “Oficial”, para sus transversales. Solo había calles con nombres en el viejo centro: la calle Real, la que llevaba a la vieja estación de AFE se denominaba 18 de Julio, la plaza José Artigas, estaban Juan Antonio Lavalleja, Manuel Oribe y Fructuoso Rivera, Joaquín Suárez, Luis Alberto de Herrera, José Batlle y Ordóñez y la escuela era José Pedro Varela.
    Los vecinos había ido en una delegación a la capital departamental a entregar una lista con nombres sugeridos de 28 vecinos del pueblo a los que se quería reconocer en el nomenclátor. Se trataba de un viejo panadero, el dueño de la primera estación de servicio, un par de médicos, algunos policías, un periodista que durante años hizo la corresponsalía de la radio de la ciudad, varios jueces de paz, algunos curas y muchos maestros, gente así, que había dejado una huella en el sentir de la comunidad santifiqueña.
    Pero -ya que estamos- la comisión quiso aprovechar la convocatoria para ponerse al día con la nominación de algunas otras calles de la capital departamental y ahí fue donde la cosa se complicó, porque se empezó a armar un esquema de emparejamiento para que los diferentes partidos tuvieran una representación proporcional en las nuevas nominaciones.
    Así se empezó con una suerte de cacería de brujas para averiguar de qué partido era el panadero, que uno de los médicos había integrado una lista partidaria, que uno de los jueces de paz había estado proscrito, que el cura fue separado del cargo cuando presidía la comisión directiva del cuadro de baby fútbol por relajar al juez en un partido y resulta que el juez había sido edil y que la discusión había sido por política y no por una incidencia del juego y también se averiguó que la tía de uno de los maestros había prestado el garaje de su casa en Montevideo para comité político del Partido Comunista y ahí había que ver si correspondía darle el nombre de la calle al sobrino.
    Así transcurrió la discusión, poniendo y sacando nombres tratando de mantener un equilibrio. En cierto momento de la madrugada -cuando ya la lista tenía 236 tarjetas- gracias a un acuerdo para abrir un par de calles más que faltaban y que en el futuro seguramente iban a ser necesarias, se redactó el informe entre los dos partidos mayoritarios.
    El tema pasó al plenario de la Junta sin tener todavía asegurados los votos que se necesitaban. El voto faltante había que conseguirlo en el transcurso de una semana y el gran candidato a aportar esa mano levantada era un curul que había tenido desavenencias con el resto de su sector y que no había tenido problemas en votar anteriormente algunas cosas con el oficialismo, cuando le parecieron oportunas.
    A Raimundo Ortiz no le resultó mala la idea de ponerle nombre a todas esas calles y lo único que pidió a cambio de apoyar fue que se incluyera en el paquete una pequeña placita de su barrio, que no tiene nombre y que vendría bien para recordar a una vieja maestra de la zona, Coralia “Cora” de Lima, que había sido como una madre para todos los chiquilines y que además había impulsado con ventas benéficas el recambio de los techos de la escuela en plena crisis, cuando el gobierno no tenía un peso, y que también les organizaba los cumpleaños y les conseguía pelotas y zapatos de fútbol a todos los alumnos.
    Se hizo una rápida averiguación y no se halló que la mencionada docente hubiera tenido alguna actividad partidaria notoria, así que se la incluyó como el nombre 237 de la lista, que se aprobó por la mayoría especial requerida en una breve sesión extraordinaria sin mayores discusiones.
    Ortiz esa noche llegó a su casa y emocionado le comentó a su esposa la sorpresa:
- ¡Logré que le pusieran a la placita el nombre de tu tía Cora, la maestra!
- Ah, pero que raro, porque la maestra era Obdulia, la hermana; Cora era la bagayera que terminó procesada por adulterar caña blanca, ¿te acordás?.
    En la plaza hoy hay una placa de granito pulido que reza: “Plaza Coralia ‘Cora’ de Lima, la comunidad del barrio en reconocimiento a su hermana, la querida maestra Obdulia que tanto hizo por todos nosotros”.

(Original publicado en Quinto Día, suplemento de diario El Telégrafo en enero de 2017)

lunes, 11 de septiembre de 2017

domingo, 10 de septiembre de 2017

Mi novia se fue a una manifestación


Apoya el dedo sobre del dibujito del micrófono y activa la grabación del mensaje.

-Holaaaaaaa. ¿Cómo andás? Sabés que vamos a tener que dejar lo de esta noche para otro momento, che. A Cristina se le dio por ir a una manifestación y me voy a tener que quedar en casa, con los gurises chicos.

Suelta. Aparece un solo tick, el segundo demora un poco, pero también se dibuja. Permanecen grises. Repite el procedimiento.

- Sabés lo más loco… Se fue a una manifestación de esas para que la dejen mostrar las tetas en la playa y eso. Está como loca con la manija que se agarró, yo creo que la manijearon en esa oficina y ya te digo quienes fueron: la gorda aquella con cara de torta -que estoy seguro que me odia y no sé si no quiere meterme un cuerno con la flaca-. Y la otra es la pelirroja atorranta aquella, que con tal de mostrar las tetas igual pide prestado un niño para darle de comer, ¡jajaja! A pedir para que la dejen mostrar las tetas se fue, y me dejó a mí y a los gurises clavados, solos…

Los tick siguen grises, tanto en el primero como en el segundo mensaje. Graba un tercero.

- No, y además los gurises están insoportables, están en una edad brava, y por más que uno les ponga la tele y les dé galletitas ellos se aburren, y la madre es la madre, no hay con qué darle. Y yo no me voy a poner a entretenerlos, ¿quién soy? ¿Chirolita?, no. Vamo’ arriba. Demasiado que paso todo el día cocinando, fregando, yendo a la rotisería a hacer los mandados mientras ella se pasa en la escuela atendiendo gurises ajenos. Por lo menos cuando viene de noche les plancha las túnicas.

Cuarto mensaje.

- Porque a la larga se pasa el día entero con los gurises ajenos y de los propios que se encargue el papá, seguro. Pero ya te lo he dicho a vos, en cualquier momento armo la valijas y nos vamos a la mierda, y no sé si no me llevo a los gurises también. Total, vos te llevás bien con ellos.





Quinto mensaje.

- Me quedo con una pena bárbara porque la verdad que tengo muchas ganas de verte.
Te tengo que confesar algo, me enamoré de vos. Hoy te pensaba decir que me volvés loco y que me quería ir con vos. Que me encantaría dejar atrás todo lo que hemos vivido hasta ahora y empezar algo juntos, algo nuevo. Sé que lo mejor hubiera sido que te dijera esto en persona, pensaba hacerlo esta noche, pero ya sabés, no me aguanté; no puedo esperar al momento de tenerte enfrente y darte un beso, el beso más fuerte, el más galáctico que te puedas imaginar. ¡Te amo Gissell!

Después de un instante al lado del primer mensaje los tick cambiaron a celeste. Un momento después el segundo, luego el tercero, después del quinto apareció un “escribiendo...” titilante, pero luego se borró, como si Gissell hubiese comenzado una respuesta pero luego se arrepintió, o se quedó sin palabras.

Diego siguió mirando el celular por las siguientes dos horas, como esperando una respuesta de Gissell, aislado del griterío que llegaba desde la sala, donde los niños se tiraban con todos los Lego que encontraban a mano, mezclado con la inconfundible voz de Bob Esponja y Patricio.
El timbre lo enlazó y lo arrastró de nuevo a la superficie de la tierra. Por el visor eléctrico pudo ver la cara transformada de Cristina, con el maquillaje todo corrido, el pelo revuelto, el torso desnudo y sobre sus pechos la consigna “En mis tetas mando yo”.
Aún a pesar de dudarlo un instante le abrió.

- ¿Qué te pasó? ¿Y las llaves?

- No sabés, me pasó una cosa de lo más loca: estaba en la marcha con las chicas de la oficina y me ‘hicieron’ la cartera. Me llevaron todo, el teléfono, los documentos, las llaves, todo. Lo alcancé a correr al tipo entre todas las minas, pero no lo alcancé. A la Colo y Romina no las volví a encontrar, pero sabés lo mas loco, me encontré con Gissell, aquella amiga tuya del instituto y le pedí prestado su teléfono, este teléfono (se lo muestra un instante antes de hacerlo estallar contra el piso de parqué) para llamarte y avisarte que iba a demorar porque iba a hacer la denuncia. Ahí escuché tus mensajes y casi te contesto, pero no, porque yo sí pude esperar a ver tu cara... mientras armás la valija para irte bien a la mierda, rata.

Muros en avenidas internacionales blindarán la frontera entre Brasil y Uruguay para evitar migración “vermelha” desde Cuba y Venezuela

BOLSONARO FIRMARÍA DECRETO POCO DESPUÉS DE ASUMIR Muros en avenidas internacionales blindarán la frontera entre  Brasil  y  Uruguay pa...