lunes, 23 de julio de 2018

Focus group (inteligencia colectiva)


Los once que ocupábamos asientos alrededor de la larga mesa teníamos aproximadamente de la misma edad, pero evidentemente de distintas procedencias sociales y económicas. No se nos permitió identificarnos con nuestro verdadero nombre, en su lugar se nos adjudicó un alias temporal que lucíamos en un sticker rosado que colocamos -supongo que por algún impulso instintivo- del lado del corazón.

Llevábamos ya más de 10 minutos mirándonos las caras, uno de los tipos, uno con cara de Roberto, ubicado a tres o cuatro lugares de mi asiento, estudiaba minuciosamente cada una de las caras, como pretendiendo encontrar a un espía, o quizás solamente adivinar el nombre verdadero de los demás, como hacía yo. Nos quedamos mirando mutuamente escudriñando en las comisuras de los labios, en los rabillos de los ojos, en el arco de las cejas, en los pliegues de la cara. Roberto, definitivamente se tienen que llamar Roberto. U Octavio, que es como un Roberto pero con pretendida altivez histórica. Pasados los 10 siguientes minutos ingresó alguien a la sala, que interrumpió aquel extraño ritual que practicábamos con Roberto, que ya había sido advertido con cierta preocupación por el resto de los presentes. La señora de largos cabellos castaños, lacios, con reflejos violetas pretendía que yo prestara atención más a sus palabras que a sus enormes ojos negros y a sus carminados labios. Solo lo logró cuando de dentro de su cartera extrajo una mandarina, bah, una tanjerina, como le decíamos en el parque Colón, cuando las devorábamos por kilos con mi abuelo mientras veíamos algún partido del querido Club Nacional.

Esta era una tanjerina rara. La señor explicaba que se trataba de una nueva variedad en la cual la empresa -que no quiso nombrar- había puesto muchas expectativas en que se convirtiera en el producto estrella de su líneas de cítricos. Por eso había contratado a la agencia de publicidad y diseño para que los ayudara a crear una campaña de marketing para posicionar su producto.



Nos dio una tanjerina a cada uno y durante la siguiente hora estuvimos filosofando sobre esa fruta: vimos un video con sus propiedades nutricionales, de la excelente relación costo/beneficios en aportes energéticos, en unidades de sabor (desconocía que se pudiera medir el sabor) y en practividad. Nos mostraron la zona donde se producía, bastante más cerca de Montevideo que la zona cítrica tradicional del litoral, por lo que también se vería beneficiado el consumidor con una fruta más fresca y un menor precio, por la incidencia relativa del flete en el valor final.

Cuando parecía que la mujer ya había redondeado el concepto lo suficiente y que ya nos podríamos retirar después de una clase de botánica y de nutrición, aquellos labios rojos dejaron escapar el propósito de nuestra presencia allí. Ingresaron a la sala dos muchachas uniformadas como promotoras de la empresa y nos distribuyeron uno por uno lo que la de los ojos negros presentó como “la evolución de la tanjerina”: en una triste bandeja de polipropileno envueltas con papel film se encontraba apretadas dos mandarinas peladas y despellejadas.

Lo miré a Roberto y tenía la misma cara mezcla de sorpresa con indignación que tenía yo mismo. Y los demás andaban en el mismo trillo.

Ahí la mujer comenzó a enumerar las ventajas comparativas entre una tanjerina y la otra, sobre todo pensando en el consumidor final como un oficinista o administrativo del centro de una ciudad, que se vería afectado por el olor que produce pelar una tanjerina en horario de trabajo.

Siguió destacando las “ventajas” de esa forma de empaque y una tras otras se las íbamos rebatiendo en una defensa colectiva de las tanjerinas en su formato tradicional. De nada le valió echar mano a que en Estados Unidos las prefieren así, sin cáscaras y sin semillas, que era la otra gran virtud del producto. Aquella sala se estaba volviendo el útero de la revolución contra el maltrato hacia los cítricos, les protestábamos, los condenábamos por su intención antinatural, hasta que de pronto sonó un timbrazo y lo siguió un profundo silencio, que vino a romper la mujer del cabello castaño y reflejos violeta.
- Señores, está cumplido su papel aquí, no resta más que agradecerles su presencia e invitarlos a que en la sala contigua reciban su voucher por las dos noches de hotel en Colonia del Sacramento. Muchas gracias.

Cuando nos dirigíamos a la puerta pude sacar mi duda.

— Es usted Roberto, ¿no es así?

— Efectivamente, Carlos, ¿cómo lo supo?

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