sábado, 10 de marzo de 2018

Crónica de un día difícil


Mariana se levantó temprano, bastante más de lo que necesitaba para llegar a tiempo de abrir la mesa de votación en la que le tocaba trabajar ese domingo. Sabía que no eran las elecciones más trascendentes de la historia pero era la primera vez que la nominaban para estar en un circuito, nada menos que de presidenta de mesa y esa responsabilidad la ponía extremadamente ansiosa.
Para Marcelo no era un día más, era el día en que iba a estrenar su credencial cívica. Por poquitos días no había podido votar en las elecciones de mayo de 2015, las últimas del último ciclo electoral. Había militado en su partido desde muy chiquito y se tomaba muy a pecho las cuestiones de la democracia: elegir a los hombres y mujeres que hablarían por él en los diferentes ámbitos del Estado. No tenían la pompa de las presidenciales ni la energía de las internas -cuando todo el mundo arranca de cero, con las ilusiones intactas- pero fue lo que le tocó para estrenar su flamante credencial y no iba a dejar pasar la oportunidad, salió con una bandera hecha con una sábana vieja con el número de su lista pintado en el centro.
Con un cargamento a cuestas de cartera, matera, una bolsita de escones caseros que había preparado la tarde anterior para compartir con los compañeros de mesa, una botella de agua mineralizada sin gas de 2 litros y medio y un taper repleto de empanadas llegó Mariana a la puerta del Centro CAIF Pequeño Solcito y ahí experimentó por primera vez la soledad. Estaba cerrado. Pensó que había llegado temprano y esperó, esperó, esperó. 15 minutos más tarde empezó a llamar a la Oficina Electoral. Nada. Ya eran las 7:25 y su circuito no estaba armado aún. Una vergüenza estrenarse así. A esa altura ya estaba el guardia con la urna y uno de los suplentes y se había formado un campamento en la vereda. A lo lejos por la bajadita del fondo de la calle apareció una mujer en bicicleta, no llegó a bajarse de la chiva, puso un pie en el cordón y preguntó — ¿Mariana Acosta quién es?
Ella, que era la única mujer en el grupo, levantó la mano y la señora con un pase de béisbol le tiró el manojo de llaves.
— No me sonó el despertador del celular. La de la lanita rosada es la que abre. A las 8 de la noche vengo. No armen relajo.
Y sin más se fue, con la chismosa colgando del manillar.
Marcelo llevaba más de una hora haciendo cola, escuchando a los que estaban delante suyo en la fila despacharse por la suspensión del fútbol, por la veda alcohólica y por la multa, porque no sabían a quién se votaba, porque no sabían para qué se votaba, porque era todo un relajo, porque termino acá y nos vamos para las termas. A él no le importaba nada lo que dijeran los demás, él sabía que era su debut electoral y nada más. Quedaban ya uno o dos votantes delante suyo y el gran momento se avecinaba. En eso sale una chiquilina del cuarto secreto advirtiendo a la mesa — Señora, no quedan listas.

 Con cara de sorprendida Mariana fue a revisar y, efectivamente, no quedaba una sola papeleta. Avisó a la Oficina Electoral y le respondieron que no le iban a mandar porque ahí no tenían y que esperara a que fueran los delegados.
Toda la energía con la que Mariana había empezado la jornada se había desvanecido antes de las 10 de la mañana. A esa altura le habían caído reproches de todos colores y hasta algún insulto de un elector que tuvo que demorar su paseo familiar por culpa de las benditas elecciones. Definitivamente ya estaba convencida de que fue una mala idea ir a ofrecerse para trabajar a cambio de unos pocos días libres.
Algunos votaron en blanco -con diferentes tipos de objetos extraños dentro del sobre- y se fueron a las termas, otros esperaron a que apareciera alguna lista solamente para darse el gusto de anular el voto y los que pudieron votar fueron los que llevaron su propia hoja, como se había recomendado en los días previos, aunque no se sabía donde conseguir algunas. Marcelo había preguntado a varios que había visto pasar con listas si no le sobraba alguna. Ya a esa altura le daba lo mismo cualquiera con tal de no votar en blanco en su primera vez.
Sobre el mediodía aparecieron los delegados y la cosa se empezó a encaminar, pero el buen ánimo no se recuperó. Marcelo pudo votar y no supo ni a quién, al que llegó primero, y se fue tan de apuro que no se llevó la constancia, ya era bastante tarde, pero quizás si el escrutinio se hubiera demorado alguien le podría remediar el problema.
Cuando llegó frente a la puerta del local estaba Mariana sentada en la puerta con las llaves en la mano.
— Disculpá, vos estabas en la mesa, ¿no? Me dejé la constancia del voto.
Mariana revisó en su cartera y entre un fajo de constancias de voto encontró la de Marcelo.
—Es que con esta locura me olvidé de entregarlas, un desastre. Encima ahora tuve que volver porque la mujer del CAIF no aparece, de la Corte la llamaron y dice que está muy borracha y que va a venir el nieto a buscar las llaves.
Marcelo se quedó conversando con Mariana, como a las dos horas llegó el nieto y se llevó las llaves y ellos se fueron juntos caminando y quién sabe, quizás después de todo el día no haya sido taaan malo.

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