Mariana se levantó temprano, bastante más de lo que necesitaba para
llegar a tiempo de abrir la mesa de votación en la que le tocaba
trabajar ese domingo. Sabía que no eran las elecciones más
trascendentes de la historia pero era la primera vez que la nominaban
para estar en un circuito, nada menos que de presidenta de mesa y esa
responsabilidad la ponía extremadamente ansiosa.
Para Marcelo no era un día más, era el día en que iba a estrenar
su credencial cívica. Por poquitos días no había podido votar en
las elecciones de mayo de 2015, las últimas del último ciclo
electoral. Había militado en su partido desde muy chiquito y se
tomaba muy a pecho las cuestiones de la democracia: elegir a los
hombres y mujeres que hablarían por él en los diferentes ámbitos
del Estado. No tenían la pompa de las presidenciales ni la energía
de las internas -cuando todo el mundo arranca de cero, con las
ilusiones intactas- pero fue lo que le tocó para estrenar su
flamante credencial y no iba a dejar pasar la oportunidad, salió con
una bandera hecha con una sábana vieja con el número de su lista
pintado en el centro.
Con un cargamento a cuestas de cartera, matera, una bolsita de
escones caseros que había preparado la tarde anterior para compartir
con los compañeros de mesa, una botella de agua mineralizada sin gas
de 2 litros y medio y un taper repleto de empanadas llegó Mariana a
la puerta del Centro CAIF Pequeño Solcito y ahí experimentó por
primera vez la soledad. Estaba cerrado. Pensó que había llegado
temprano y esperó, esperó, esperó. 15 minutos más tarde empezó a
llamar a la Oficina Electoral. Nada. Ya eran las 7:25 y su circuito
no estaba armado aún. Una vergüenza estrenarse así. A esa altura
ya estaba el guardia con la urna y uno de los suplentes y se había
formado un campamento en la vereda. A lo lejos por la bajadita del
fondo de la calle apareció una mujer en bicicleta, no llegó a
bajarse de la chiva, puso un pie en el cordón y preguntó —
¿Mariana Acosta quién es?
Ella, que era la única mujer en el grupo, levantó la mano y la
señora con un pase de béisbol le tiró el manojo de llaves.
— No me sonó el despertador del celular. La de la lanita rosada es
la que abre. A las 8 de la noche vengo. No armen relajo.
Y sin más se fue, con la chismosa colgando del manillar.
Marcelo llevaba más de una hora haciendo cola, escuchando a los que
estaban delante suyo en la fila despacharse por la suspensión del
fútbol, por la veda alcohólica y por la multa, porque no sabían a
quién se votaba, porque no sabían para qué se votaba, porque era
todo un relajo, porque termino acá y nos vamos para las termas. A él
no le importaba nada lo que dijeran los demás, él sabía que era su
debut electoral y nada más. Quedaban ya uno o dos votantes delante
suyo y el gran momento se avecinaba. En eso sale una chiquilina del
cuarto secreto advirtiendo a la mesa — Señora, no quedan listas.
Con cara de sorprendida Mariana fue a revisar y, efectivamente, no
quedaba una sola papeleta. Avisó a la Oficina Electoral y le
respondieron que no le iban a mandar porque ahí no tenían y que
esperara a que fueran los delegados.
Toda la energía con la que Mariana había empezado la jornada se
había desvanecido antes de las 10 de la mañana. A esa altura le
habían caído reproches de todos colores y hasta algún insulto de
un elector que tuvo que demorar su paseo familiar por culpa de las
benditas elecciones. Definitivamente ya estaba convencida de que fue
una mala idea ir a ofrecerse para trabajar a cambio de unos pocos
días libres.
Algunos votaron en blanco -con diferentes tipos de objetos extraños
dentro del sobre- y se fueron a las termas, otros esperaron a que
apareciera alguna lista solamente para darse el gusto de anular el
voto y los que pudieron votar fueron los que llevaron su propia hoja,
como se había recomendado en los días previos, aunque no se sabía
donde conseguir algunas. Marcelo había preguntado a varios que había
visto pasar con listas si no le sobraba alguna. Ya a esa altura le
daba lo mismo cualquiera con tal de no votar en blanco en su primera
vez.
Sobre el mediodía aparecieron los delegados y la cosa se empezó a
encaminar, pero el buen ánimo no se recuperó. Marcelo pudo votar y
no supo ni a quién, al que llegó primero, y se fue tan de apuro que
no se llevó la constancia, ya era bastante tarde, pero quizás si el
escrutinio se hubiera demorado alguien le podría remediar el
problema.
Cuando llegó frente a la puerta del local estaba Mariana sentada en
la puerta con las llaves en la mano.
— Disculpá, vos estabas en la mesa, ¿no? Me dejé la constancia del voto.
Mariana revisó en su cartera y entre un fajo de constancias de voto encontró la de Marcelo.
—Es que con esta locura me olvidé de entregarlas, un desastre. Encima ahora tuve que volver porque la mujer del CAIF no aparece, de la Corte la llamaron y dice que está muy borracha y que va a venir el nieto a buscar las llaves.
— Disculpá, vos estabas en la mesa, ¿no? Me dejé la constancia del voto.
Mariana revisó en su cartera y entre un fajo de constancias de voto encontró la de Marcelo.
—Es que con esta locura me olvidé de entregarlas, un desastre. Encima ahora tuve que volver porque la mujer del CAIF no aparece, de la Corte la llamaron y dice que está muy borracha y que va a venir el nieto a buscar las llaves.
Marcelo se quedó conversando con Mariana, como a las dos horas llegó
el nieto y se llevó las llaves y ellos se fueron juntos caminando y
quién sabe, quizás después de todo el día no haya sido taaan
malo.
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