martes, 10 de abril de 2018

Siempre tendremos Floripa


El griterío de los argentinos reclamando “decime qué se siente” en la playa de Canasvieiras solo lo lograba apagar -por instantes- sorbiendo sonoramente los últimos vestigios de una “caipi” de vodka, la última de la noche, o la primera de la mañana, como quiera verse.
Hacía ya un par de días que su excursión había partido de regreso a Paysandú, pero él eligió quedarse, al menos una semana más, al más, el resto de la vida.
¿Pueden considerarse amores de verano aquellos que empiezan un día situado antes del tramo del calendario que va del 21 de diciembre al 21 de marzo? Técnicamente la definición de estos romances obedece al calor y la brevedad más que a la estación en términos astronómicos.
La idea de unas vacaciones compartidas comenzó como un intento por sacarle el pasaporte a ese romance. Él y Luisa no llevaban más de quince días juntos cuando reservaron su pasaje ida y vuelta a la ilha mágica y como ocurre a esa altura no era tanto lo que conocían uno de otro. El tiempo juntos podría remediar eso y vaya si habría tiempo, solo en el viaje de ida fueron más de quince horas de ómnibus, algunas de ellas de mimos, besos y manos nerviosas y otras de incómodos silencios.
Ya en destino los primeros días no fueron distintos a los de Paysandú, algo más caluroso y húmedos, pero llevaderos de todos modos. Paseos, compras, playa, tragos y noche, hasta el miércoles. Ese día los diarios catarinenses especulaban sobre de la contaminación en las playas y el riesgo que ese problema podría suponer para la industria turística, la principal fuente de ingresos en el lugar. Él no pudo salir de su dormitorio en el hotel, ella asumió las tareas de la jornada, ir al súper, pasar por la farmacia a buscar algún remedio para paliar el problema digestivo de su compañero y avisar a los de recepción por si acaso luego fuera necesario algún tipo de trámite para acceder a alguna asistencia médica. Ese día no hubo playa, paseos ni compras. Ni noche, ni tragos, al menos no en pareja.


Él insistió tanto a Luisa que aprovechara el viaje, que no dejara pasar la oportunidad de salir a divertirse, que ella se sumó a un divertido grupo de jóvenes de la excursión que concurrió a una discoteca del balneario.
Se despertó con los primeros rayos de sol que permitieron pasar los agujeros de las cortinas de la ventana del apart. Estaba solo en la cama. Evidentemente Luisa logró sobrellevar la salida en solitario. A las 9:00 llamaron a la habitación para avisar que ya se podía bajar al desayuno incluido en el precio del alojamiento. Se cruzaron en la escalera. Él bajaba, Luisa subía. Un beso que le resultó más frío de lo esperado y la promesa de verse abajo, para conversar, pero se terminó la hora del desayuno y ella no bajó. Al regresar la encontró aún vestida tendida en la cama, dormida. Preparó el mate y se fue a la playa, pensando que quizás más tarde, cuando su compañera se hubiera repuesto de los efectos del alcohol podrían retomar el ritmo.
Comió algo de pescado en uno de los restaurantes sobre la playa y regresó al hotel. Para su sorpresa la llave de la habitación estaba en el tablero, Luisa había salido.
- ¿Você es el de la 203? A menina deixou esto para ti.
La recepcionista le entregó un sobre reciclado y en un trozo de una hoja arrancada de un almanaque decía: “Algo cambió en mí, perdoname”
Las del grupo con el que había ido a la discoteca le hablaron de una muchacha, posiblemente argentina, con la que Luisa había estado charlando y bebiendo y quizás hasta se fueron juntas, aunque ninguna de las de la excursión sabía más nada. La buscó, preguntó en hoteles, entre grupos de turistas argentinos, en las playas, en los hospitales, en la Policía. Nadie supo decirle nada.
Pensó que de última se iban a encontrar en el ómnibus, para volver a casa, pero por más que retuvo la partida del transporte más de dos horas Luisa no dio señales. Aceptó que no había posibilidad alguna de explicar qué había pasado, que nadie iba a creer que todo había comenzado con un virus o una bacteria, o lo que fuera que hubiese ocasionado lo que le pasó esa noche. 

Texto y foto: Marco Rivero - versión original publicada en suplemento Quinto Día de El Telégrafo.

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