jueves, 15 de marzo de 2018

En el corazón de las teclas


Un ojo asoma entre la “O” y la “P” y me hace una guiñada. Me quedo largo rato contemplando, tratando de entender de qué se trata. ¿Acaso un insecto? No, era un ojo humano, seguro, un ojo marrón, café con leche, diría. ¿Qué será? ¿O quién?
Me dispongo a averiguarlo y cuando me cuelo por la misma rendija veo una silueta corriendo a la altura de la “U”, la persigo y la veo girar detrás de la “T”, en dirección a la “F”, intuyendo que quizás intentaría despistarme regresando tras sus pasos corté camino por la “G” y la intercepté justo frente a la “V”.
Desconcertada la silueta buscó un sitio hacia donde escapar, pero ya no había opciones, tendría que hacerme frente.
- Disculpá, ¿por qué corrés?
- Es que se supone que no tenés que verme sino hasta la semana que viene.
- No entiendo, no te conozco, ¿o si?
- Claro, justamente, no me podés conocer hasta el momento preciso.
- No me estás explicando nada. ¿Quién sos y que hacés en mi teclado?
- Yo soy una historia.
- ¿Como una musa o o algo así?
- Je, no, no. Una historia, un cuento.
- Bueno, se ve que me pasé de Bimbas anoche…
- No, no, al contrario, esto es real, yo soy real.
- Sigo creyendo en mi teoría.
- No, tonto, es así. Estamos todos aquí, nos estamos acomodando porque como cambiaste de teclado tuvimos que mudarnos, por cierto, ¡qué cómodo está este!
- Gracias, lo elegí yo mismo. Pero quienes son “todos”.
- Todos nosotros, los personajes de tus cuentos, los protagonistas de todas las historias que “se te ocurren”.



- Perdón, ¿vos estás sugiriendo que yo no inventé esos cuentos?
- Viste ese es el problema, ahora estoy hablando demasiado…
- Si, más o menos, pero no pares, ¿quiénes están?
- Todos, todos…
- Por ejemplo, ¿vos quién vendrías a ser?
- Bueno, yo en realidad todavía no soy nadie, porque no me escribiste, ahora voy a ser una aburrida silueta que iba escapando entre las teclas, uhh, qué emoción…
- Si no te gusta…
- No, no, está bien, sigo… originalmente iba a ser una señora que le da un billete de $ 1000 a un vendedor de churros.
- Ese cuento ya salió…
- Si, ya sé, me lo perdí porque tuve que sacar licencia médica.
- Ah.
- El tema es que ahora me reintegré y estaba tratando de llamar la atención para que escribieras algo, estaba pensando que podría ser algo en una playa, aprovechando el verano, no sé tomar unos daiquiri, correr olas, aplaudir la puesta de sol…
- Que papa lo tuyo
- Bueno y capaz que le agregamos un tiburón ahí como para que tenga un poco de emoción, digo yo, voy en la tabla y rescato una niña que había arrastrado la corriente mar adentro. ¿No te gusta?
- No es muy de mi estilo…
- Aaaaaaay tu estilo, haceme el favor…
- Pará, pará, ¿qué te pasa? No te gusta lo que escribo
- Neee
- ¿Y entonces qué hacés acá?
- Bueno, en realidad es lo que me tocó, yo había pedido Gustavo Espinosa, pero como recién publicó y él se toma su tiempo, y yo necesitaba el laburo y vos sos de Treinta y Tres también y me dije ‘bueno ta, es lo que hay’.
- Serás perra
- No, no, no te voy as permitir...
- No me entendiste, vas a ser una perra, una border collie que se escapa de la casa un 24 de diciembre en medio de los cuetes y vas a vagar por las calles días y noches y no te van a encontrar, vas a tener camada tras camada de cachorros con cuanto perro suelto se te cruce y te van a apedrear y a lastimar. Vas a andar mendigando comida en las puertas de las carnicerías y peleándote con perros más grandes para defender tus huesos. Y así, mugrienta, lastimada y todo, vas a tener que ganarte el cariño de alguna familia que te adopte.
- Rencoroso…
- “Daiquiri”, así te vas a llamar, jajaja...

sábado, 10 de marzo de 2018

Crónica de un día difícil


Mariana se levantó temprano, bastante más de lo que necesitaba para llegar a tiempo de abrir la mesa de votación en la que le tocaba trabajar ese domingo. Sabía que no eran las elecciones más trascendentes de la historia pero era la primera vez que la nominaban para estar en un circuito, nada menos que de presidenta de mesa y esa responsabilidad la ponía extremadamente ansiosa.
Para Marcelo no era un día más, era el día en que iba a estrenar su credencial cívica. Por poquitos días no había podido votar en las elecciones de mayo de 2015, las últimas del último ciclo electoral. Había militado en su partido desde muy chiquito y se tomaba muy a pecho las cuestiones de la democracia: elegir a los hombres y mujeres que hablarían por él en los diferentes ámbitos del Estado. No tenían la pompa de las presidenciales ni la energía de las internas -cuando todo el mundo arranca de cero, con las ilusiones intactas- pero fue lo que le tocó para estrenar su flamante credencial y no iba a dejar pasar la oportunidad, salió con una bandera hecha con una sábana vieja con el número de su lista pintado en el centro.
Con un cargamento a cuestas de cartera, matera, una bolsita de escones caseros que había preparado la tarde anterior para compartir con los compañeros de mesa, una botella de agua mineralizada sin gas de 2 litros y medio y un taper repleto de empanadas llegó Mariana a la puerta del Centro CAIF Pequeño Solcito y ahí experimentó por primera vez la soledad. Estaba cerrado. Pensó que había llegado temprano y esperó, esperó, esperó. 15 minutos más tarde empezó a llamar a la Oficina Electoral. Nada. Ya eran las 7:25 y su circuito no estaba armado aún. Una vergüenza estrenarse así. A esa altura ya estaba el guardia con la urna y uno de los suplentes y se había formado un campamento en la vereda. A lo lejos por la bajadita del fondo de la calle apareció una mujer en bicicleta, no llegó a bajarse de la chiva, puso un pie en el cordón y preguntó — ¿Mariana Acosta quién es?
Ella, que era la única mujer en el grupo, levantó la mano y la señora con un pase de béisbol le tiró el manojo de llaves.
— No me sonó el despertador del celular. La de la lanita rosada es la que abre. A las 8 de la noche vengo. No armen relajo.
Y sin más se fue, con la chismosa colgando del manillar.
Marcelo llevaba más de una hora haciendo cola, escuchando a los que estaban delante suyo en la fila despacharse por la suspensión del fútbol, por la veda alcohólica y por la multa, porque no sabían a quién se votaba, porque no sabían para qué se votaba, porque era todo un relajo, porque termino acá y nos vamos para las termas. A él no le importaba nada lo que dijeran los demás, él sabía que era su debut electoral y nada más. Quedaban ya uno o dos votantes delante suyo y el gran momento se avecinaba. En eso sale una chiquilina del cuarto secreto advirtiendo a la mesa — Señora, no quedan listas.

 Con cara de sorprendida Mariana fue a revisar y, efectivamente, no quedaba una sola papeleta. Avisó a la Oficina Electoral y le respondieron que no le iban a mandar porque ahí no tenían y que esperara a que fueran los delegados.
Toda la energía con la que Mariana había empezado la jornada se había desvanecido antes de las 10 de la mañana. A esa altura le habían caído reproches de todos colores y hasta algún insulto de un elector que tuvo que demorar su paseo familiar por culpa de las benditas elecciones. Definitivamente ya estaba convencida de que fue una mala idea ir a ofrecerse para trabajar a cambio de unos pocos días libres.
Algunos votaron en blanco -con diferentes tipos de objetos extraños dentro del sobre- y se fueron a las termas, otros esperaron a que apareciera alguna lista solamente para darse el gusto de anular el voto y los que pudieron votar fueron los que llevaron su propia hoja, como se había recomendado en los días previos, aunque no se sabía donde conseguir algunas. Marcelo había preguntado a varios que había visto pasar con listas si no le sobraba alguna. Ya a esa altura le daba lo mismo cualquiera con tal de no votar en blanco en su primera vez.
Sobre el mediodía aparecieron los delegados y la cosa se empezó a encaminar, pero el buen ánimo no se recuperó. Marcelo pudo votar y no supo ni a quién, al que llegó primero, y se fue tan de apuro que no se llevó la constancia, ya era bastante tarde, pero quizás si el escrutinio se hubiera demorado alguien le podría remediar el problema.
Cuando llegó frente a la puerta del local estaba Mariana sentada en la puerta con las llaves en la mano.
— Disculpá, vos estabas en la mesa, ¿no? Me dejé la constancia del voto.
Mariana revisó en su cartera y entre un fajo de constancias de voto encontró la de Marcelo.
—Es que con esta locura me olvidé de entregarlas, un desastre. Encima ahora tuve que volver porque la mujer del CAIF no aparece, de la Corte la llamaron y dice que está muy borracha y que va a venir el nieto a buscar las llaves.
Marcelo se quedó conversando con Mariana, como a las dos horas llegó el nieto y se llevó las llaves y ellos se fueron juntos caminando y quién sabe, quizás después de todo el día no haya sido taaan malo.

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