miércoles, 28 de febrero de 2018

El escritor en las sombras


Aurelia S. Williams era un fenómeno de escala internacional. Sin importar la temática, los personajes, la trama o el género sus libros rompían récord de venta uno tras otro y sumado a ello su producción era realmente prolífica, nadie antes había sido capaz de escribir tantos libros por año.
La editorial la amaba: publicar uno de sus trabajos era un negocio asegurado, tenían material todo el año, con éxito de venta asegurado y además con una mínima inversión en difusión, ya que de eso se encargaban las redes sociales y los medios, deslumbrados con aquel fenómeno.
Aurelia vivía en un pequeño pueblo y ella, en entrevistas que ofrecía a grandes cadenas internacionales de televisión y a periódicos del extranjero aseguraba que allí, en la vida tranquila, alejada de la locura del tránsito y las oficinas de la capital, radicaba su felicidad y el secreto de su éxito. Sus apariciones no eran frecuentes, se decía que no le gustaba conceder entrevistas, pero cada tanto aparecía y cautivaba audiencias.
Pese a todo entre los entendidos había unanimidad: salvo por su primera novela titulada “La revolución binacional”, que era mala, muy mala.
Santiago Lucero también vivía en esa pequeñas ciudad y era escritor, pero para nada sus libros lograban el éxito de los de Aurelia. Sus dos publicaciones fueron largamente elogiadas por la crítica, pero pocos ejemplares lograron salir de los estantes de las librerías. Eso lo condenó. Sus últimas tres elaboraciones no fueron aceptadas en ninguna editorial y ni siquiera consiguió un crédito para publicar al menos uno de los libros en una edición de autor.
Ya decidido a aceptar el fin de su breve carrera Santiago decidió darse una última chance de mostrar al mundo su valía, de enseñar a los lectores cómo se escribía; pero para eso debía llegar a sus manos, necesitaba un vehículo, y para eso no había nada mejor que hacerse pasar por Aurelia.
Las siguientes semanas Santiago las decidió a una labor casi detectivesca, se instaló en su auto frente a la enorme casona y con un largavistas trató de obtener datos que le ayudaran a convencer a la autora de prestarle su nombre para un libro. Ya dispuesto a entrar a la vivienda reparó en la atención que la escritora prestaba a su gato y la luz se encendió al instante. Debía secuestrar el gato y extorsionarla.
Como Santiago también tenía un gato conocía sus hábitos. Lo atrajo, lo sedujo, lo atrapó y huyó con el. Luego ideó un bombardeo extorsivo, al cabo del cual la mujer aceptó publicar con su nombre un libro que le llegaría por correo. La editorial lo recibió y casi sin leerlo lo mandó a imprenta. Al poco tiempo estaba en la calle el nuevo éxito de Aurelia S. Williams: “Los escritores sombreados y una nueva forma de pedir rescate”.

Las ventas fueron excepcionales, como siempre; pero esta vez la crítica fue generosa por demás en sus elogios. Aurelia S. Williams había recuperado la magia de aquella primera novela que la llevó a la fama.
Santiago acordó que devolvería al gato sano y salvo a cambio que Williams anunciara en una rueda de prensa que el último éxito no era suyo, y que en breve daría a conocer el nombre real del autor.
Lógicamente Aurelia ya había puesto al tanto a la Policía, y más temprano que tarde el extorsionista iba a terminar cayendo. De todas formas a Santiago no le importaba, porque su cometido estaba prácticamente cumplido ya, y aceptó pactar un encuentro para entregar el felis silvestris.
Cuando Santiago llegó al lugar que acordaron, con el gato asomando la cabeza por encima de la caja, los agentes del orden lo detuvieron sin ningún esfuerzo.
Al ver la escena, al apreciar a aquel hombre bonachón, indefenso, inofensivo, con su gato en brazos, Aurelia se conmovió, pidió a la policía que lo libere y les permitiera mantener una conversación.
Luego de intercambiar durante largo rato la mujer invitó a Santiago a su casa, a continuar la charla cerca de la estufa y, por qué no, hablar de negocios. Atravesaron el inmenso patio conversando de números más que de letras, de la parte que le iba a tocar a Santiago de la reciente publicación.
Apenas habían ingresado a la casa cuando la escritora de atrás de un armario sacó un rifle con el que apuntó a su colega y señalándole hacia la puerta del sótano le dijo...
— Ahora te vas a sentar allí con ellos y empezás a producir para mi próximo libro. —
Abajo, en una mesita, tres pares de ojos lo miraban desde atrás de sus máquinas de escribir.
— ¿Quienes son? —
— Ellos son Aurelia S. Williams, y vos, ahora, también. —



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