Aurelia S. Williams era un fenómeno de escala internacional. Sin
importar la temática, los personajes, la trama o el género sus
libros rompían récord de venta uno tras otro y sumado a ello su
producción era realmente prolífica, nadie antes había sido capaz
de escribir tantos libros por año.
La editorial la amaba: publicar uno de sus trabajos era un negocio
asegurado, tenían material todo el año, con éxito de venta
asegurado y además con una mínima inversión en difusión, ya que
de eso se encargaban las redes sociales y los medios, deslumbrados
con aquel fenómeno.
Aurelia vivía en un pequeño pueblo y ella, en entrevistas que
ofrecía a grandes cadenas internacionales de televisión y a
periódicos del extranjero aseguraba que allí, en la vida tranquila,
alejada de la locura del tránsito y las oficinas de la capital,
radicaba su felicidad y el secreto de su éxito. Sus apariciones no
eran frecuentes, se decía que no le gustaba conceder entrevistas,
pero cada tanto aparecía y cautivaba audiencias.
Pese a todo entre los entendidos había unanimidad: salvo por su
primera novela titulada “La revolución binacional”, que era
mala, muy mala.
Santiago Lucero también vivía en esa pequeñas ciudad y era
escritor, pero para nada sus libros lograban el éxito de los de
Aurelia. Sus dos publicaciones fueron largamente elogiadas por la
crítica, pero pocos ejemplares lograron salir de los estantes de las
librerías. Eso lo condenó. Sus últimas tres elaboraciones no
fueron aceptadas en ninguna editorial y ni siquiera consiguió un
crédito para publicar al menos uno de los libros en una edición de
autor.
Ya decidido a aceptar el fin de su breve carrera Santiago decidió
darse una última chance de mostrar al mundo su valía, de enseñar a
los lectores cómo se escribía; pero para eso debía llegar a sus
manos, necesitaba un vehículo, y para eso no había nada mejor que
hacerse pasar por Aurelia.
Las siguientes semanas Santiago las decidió a una labor casi
detectivesca, se instaló en su auto frente a la enorme casona y con
un largavistas trató de obtener datos que le ayudaran a convencer a
la autora de prestarle su nombre para un libro. Ya dispuesto a entrar
a la vivienda reparó en la atención que la escritora prestaba a su
gato y la luz se encendió al instante. Debía secuestrar el gato y
extorsionarla.
Como Santiago también tenía un gato conocía sus hábitos. Lo
atrajo, lo sedujo, lo atrapó y huyó con el. Luego ideó un
bombardeo extorsivo, al cabo del cual la mujer aceptó publicar con
su nombre un libro que le llegaría por correo. La editorial lo
recibió y casi sin leerlo lo mandó a imprenta. Al poco tiempo
estaba en la calle el nuevo éxito de Aurelia S. Williams: “Los
escritores sombreados y una nueva forma de pedir rescate”.
Las ventas fueron excepcionales, como siempre; pero esta vez la
crítica fue generosa por demás en sus elogios. Aurelia S. Williams
había recuperado la magia de aquella primera novela que la llevó a
la fama.
Santiago acordó que devolvería al gato sano y salvo a cambio que
Williams anunciara en una rueda de prensa que el último éxito no
era suyo, y que en breve daría a conocer el nombre real del autor.
Lógicamente Aurelia ya había puesto al tanto a la Policía, y más
temprano que tarde el extorsionista iba a terminar cayendo. De todas
formas a Santiago no le importaba, porque su cometido estaba
prácticamente cumplido ya, y aceptó pactar un encuentro para
entregar el felis silvestris.
Cuando Santiago llegó al lugar que acordaron, con el gato asomando
la cabeza por encima de la caja, los agentes del orden lo detuvieron
sin ningún esfuerzo.
Al ver la escena, al apreciar a aquel hombre bonachón, indefenso,
inofensivo, con su gato en brazos, Aurelia se conmovió, pidió a la
policía que lo libere y les permitiera mantener una conversación.
Luego de intercambiar durante largo rato la mujer invitó a Santiago
a su casa, a continuar la charla cerca de la estufa y, por qué no,
hablar de negocios. Atravesaron el inmenso patio conversando de
números más que de letras, de la parte que le iba a tocar a
Santiago de la reciente publicación.
Apenas habían ingresado a la casa cuando la escritora de atrás de
un armario sacó un rifle con el que apuntó a su colega y
señalándole hacia la puerta del sótano le dijo...
— Ahora te vas a sentar allí con ellos y empezás a producir para
mi próximo libro. —
Abajo, en una mesita, tres pares de ojos lo miraban desde atrás de
sus máquinas de escribir.
— ¿Quienes son? —
— Ellos son Aurelia S. Williams, y vos, ahora, también. —